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domingo, 5 de agosto de 2012

La hora del cuento: El último pescador




La historia de Chimbote en una breve ficción.

 Amanece el sol radiante en la bahía. Es otro día para ir de pesca. Siempre voy con papá Aurelio. Un viejo dedicado a lo suyo, a su familia. Nada mejor que su frente amplia y ojos serenos para irradiarnos esa bondad capaz de conmover al corazón más áspero. La gente del pueblo lo admira. Ahora está jalando un par de enormes robalos con el chinguillo desde el mar y me lo muestra con alegría:



- Hay que ser solidarios siempre, hasta con el mar. Nunca le quites más de lo necesario, así el mar siempre será bueno con nosotros.

Al fin llego a casa después de una dura faena. Qué dicha siento al poner los pies en mi morada  y encontrar el almuerzo listo. Mamá es buena preparando el jugoso. Mi hermana, Sara, pese a que se la pasa hablando de los chicos de la aldea y haciendo alarde de sus bondades, es muy atenta con mi madre, cualidad que no tiene mi hermano pequeño, que sigue fregando a los demás.

¡Excelente! Este día estoy probando el mejor plato de mamá. Nunca lo había hecho tan bueno, a veces se le pasa la sal, o el limón, y mi padre comienza a gritar como si tuviera el demonio dentro. Pero esta vez le salió como San Pedrito manda.

Alguien llama a la puerta, y justo a la hora de almuerzo. ¿Quién será? ¡Qué inoportuno! Tenía que estropearse mi clímax con el jugoso.
-Sara, anda ve quién es – ordena mi padre.

Una figura negra se observa desde el umbral, tan negra como la espina que me trae este hombrecillo alto de espaldas anchas, con pantalón de vestir caqui y camisa estrujada.

-Buenas tardes, amigos. Disculpen la molestia, acabo de llegar de un viaje largo y me animé a tocar su puerta atraído por el agradable olor que se desprende desde aquí. Hice un trayecto pesado y necesito reposar un momento, les ruego me den algo de comer, les pagaré por la comida.

-No se preocupe, hombre. Siéntese, en esta casa nunca falta la comida, pero eso sí le advierto que si usted pretende quedarse luego de probar las exquisiteces que prepara mi mujer, cama sí no tenemos. Ja, ja, ja, ja.

Me incomodan bastante los extraños, pero a mi padre les vienen muy a bien. Dice que siempre traen cosas qué enseñar, y que son una gran oportunidad para mostrarles a otras gentes no sólo la belleza del mar sino la bondad de nuestro pueblo.

- ¿Cómo se llama? – le lanza la pregunta mi padre.
Germán Rodríguez – responde el hombre sin vacilar.
El forastero tiene una voz áspera que retumba en las paredes. Dice ser otro tipo de pescador, uno más sofisticado que conoce las modernas técnicas aplicadas en grandiosas faenas de pesca  y que nosotros como él, podemos mejorar nuestro nivel de vida gracias a esos artilugios. Nos habla de cosas sorprendentes, algunas raras que nunca he oído; va gesticulando con sus manos mientras explica que existe estudios realizados en algún laboratorio de libros donde se detalla la manera de explotar nuestra fauna marina en beneficio de la aldea. “Ustedes podrían convertirse en una ciudad del primer mundo, disfrutar las maravillas de la modernidad”.  Sus palabras nos venden ilusión, más a mi padre que se ha quedado petrificado oyéndolo. La verdad que yo no sé a qué pendejadas se refiere con eso de ciudad del primer mundo, si para mí éste es el paraíso. Pero a papá Aurelio le parece muy buena la idea. Le cuenta que siempre hemos vivido de los peces, y que si hay alguna manera más eficiente de hacerlo, enhorabuena. Yo me rehusé a participar.

***

Día a día nuestra aldea empieza a ser invadida por centenares de extranjeros. Todos los foráneos se entienden muy bien con Germán. Sus nuevas costumbres me atolondran. La poesía del mar ya no es la misma, la voz de la suave brisa ha sido espantada por el duro parloteo de los inmigrantes que hormiguean en los alrededores. Son una plaga.

Mejor sigo caminando. No puedo creerlo, Sandrita ya está embarazada. Y tanto que me gustaba. Seguro es de Jacinto, él y yo nos disputábamos su amor. ¡Qué! Pero tampoco es de él, sino de un imbécil extranjero, un yugoslavo, me dice Sandra.  Ahora parece ser que cualquiera te viene con el sermón de la tierra de promisión y a la mierda con todo. Empiezo a detestar a esos cojudos inmigrantes.

***

Amanece el sol no tan radiante en la bahía. Antes los días en las calles solían ser sosegados, el tiempo marchaba lento, ahora cada día es más agitado que el anterior. Sólo basta ver a mi padre y mi hermano salir de la casa más temprano que de costumbre y regresar mucho más tarde aún. Qué carajos, ¿se supone que así este negocio va a traer más felicidad a nuestra aldea? Ni cagando.

-Todo gran negocio merece un gran sacrificio - me dijo el presumido de Germán.

Sólo basta ver cómo son los tiempos ahora. A la llegada de cada forastero se arman tremendas fiestas, el alcohol, la cerveza, se han convertido en compañeros inseparables de los pescadores. Antes bebíamos alguno que otro trago traído de fuera, pero ahora es una norma empinar el vaso para celebrar cualquier cojudez. Mejor voy a mi casa, al menos ahí puedo encontrar calma, algo de tranquilidad. ¡No puede ser! Mi casa es la histeria del caos. Hay mujeres venidas de otros sitios, vestidas y pintarrajeadas como rameras, y el bonachón de mi padre lo consiente. Las dotes oratorias  de Germán Rodríguez han terminado por seducirlo. Mi casa ya no es mi casa. Es un puto burdel.

***

El litoral se ha llenado de embarcaciones. Sacan y sacan peces. Es un acto incontrolable.  Nunca se cansan. A ratos me pongo fiero y quisiera correrlos a todos pero sé que solo no podré. Ya nadie pesca como yo. Soy el único en su chalana esperando una buena presa. Me rehúso a utilizar esas cojudeces. Recuerdo las palabras de papá cuando decía que ello es un vano desperdicio, aunque él ya lo haya olvidado. La unión familiar parece esfumarse, todos andan ocupados en los proyectos expansionistas de Germán. ¡Por nuestro Santo Patrono! Qué diablos es eso. Una gran construcción me dicen. Una enorme fábrica de pescado.

***

Ya es de noche. A papá Aurelio lo noto preocupado. No tiene el entusiasmo de antes en su mirada. Algo habrá pasado en eso que ellos llaman trabajo. En fin, cosas de él. Todos han libado más de la cuenta y quizá sea algún tipo de estrago del alcohol. De pronto mi padre se ha puesto de pie para tomar la palabra.

-Germán…eh…somos felices por un lado, porque ahora eres el esposo de mi hija. Pero hay algo que quería decirte con todo el respeto del mundo…y… en realidad lo tengo atragantado aquí en mi garganta, no sé cómo decírtelo, pero tengo que decírtelo. No me gusta lo que quieres hacer con la pesca en la aldea. Yo, mi mujer, mis hijos, hemos sido felices por el mar, sus paisajes, los fregados pelícanos, eso nos hace felices…eh…los problemas de familia, pequeños problemas que no faltan, los hemos solucionado. Jamás nos faltó qué comer en la casa. Pero tú quieres que seamos esclavos del trabajo, y nunca lo hemos sido. Tú quieres que pesquemos hasta por gusto…y yo no, no estoy de acuerdo. No me parece correcto.

-¿Y a estas alturas lo viene a decir? La pesca artesanal es para los flojos, los de mentalidad pobre, no hacen nada más que ir con sus lanzas, unas redes y a pescar. No son capaces de ampliar su visión para encarar al mundo. ¡Son inútiles!, ¡sin imaginación! Las grandes civilizaciones se han desarrollado por hombres que se esforzaron para transformar el mundo a su antojo, y nunca por pescadores como ustedes. ¡Jamás por pescadores!

-Lo siento hijo, ya lo hemos conversado con los señores…y todos están de acuerdo. ¡Debemos parar esta locura!

-¡Viejo estúpido!

No aguanto más. Toma este dulce puñete en tu linda cara.

¡Bien! Se desató la bronca. Sólo puedo escuchar los gritos. No importa. Estoy enardecido. Le doy otro golpe más, me responde, caigo al piso, y veo una botella reventar sobre mi cabeza. Ya no veo nada, no veo nada. Creo que me voy a desmayar.

***

¡Qué terrible dolor de cabeza! Dónde estoy. Dónde me quedé. Estoy en mi cama. ¿Y esos llantos? No quiero creerlo. ¡No! Tampoco puedo contener el llanto. ¡Papá Aurelio ha muerto! Murió dormido, dice Germán. El corazón se le detuvo sin su consentimiento.

El recuerdo de mi padre tiene dos facetas. La primera es afable, al lado de su familia, pescando conmigo en altamar. La segunda se volvió turbulenta, metido en esa fábrica del demonio que no lo dejó vivir sus últimos días en paz. Germán tiene la culpa de todo. Él la tiene. Imbécil. Su llegada sólo prometía lágrimas a nuestra casa. Nada más que lágrimas.
***

Ahora he de caminar sólo por las calles, trayendo la pesca del día. Bueno, desde que apareció Germán, empecé a hacerlo, sentí por primera vez el peso de la soledad en el alma. Pero ahora que mi padre se ha convertido en una dolorosa ausencia, me siento mucho más desolado que antes.

-Jacinto, qué pasó. ¿Por qué lloras? - pregunto.

-Mi padre ha muerto, Alipio.

-¡Cuánto lo siento, hermano! El mío también ha muerto hace poco.

-Dicen que murió de un infarto. Murió dormido.

-¿Estás seguro?

-Sí, eso dijo el médico que se casó con mi hermana. Viene de fuera y sabe de esas cosas…

No quiero seguir escuchando, empiezo a tener sospechas abominables, conturbadoras. Debo visitar a mis amigos. ¡Por nuestro Santo Patrono! Cada uno me cuenta que su padre ha muerto de un infarto. Esto no es obra sino de Germán y esa plaga de inmigrantes. Ellos tienen la culpa. Sé que son ellos, ellos. Intento alertar a la gente, pero me miran como a un loco.  Qué impotencia tengo, pero debo probarlo antes de que yo también me convierta en una víctima.

***

Este día veo la muerte del sol, como la muerte de mi pueblo, ante la vorágine mercantilista de esos buitres extranjeros. Esta noche debo saber qué pasa realmente. Sé que el padre de la familia Nolasco aún sigue vivo. Entraré como sea a la casa y me quedaré cuantos días sea necesario bajo su cama.

Cada noche que paso debajo de la cama del señor Pedro Nolasco mi corazón late más rápido, se acelera, a veces pienso que puede estallar en cualquier momento y me quedaré hecho un charco de sangre aquí dentro. Pasan los días y nada extraño sucede. Quizá esté enloqueciendo. Llevo dos noches sin dormir, y nada de nada. Al menos puedo robarme alguna que otra fruta para calmar el hambre. Hum, qué rico está este plátano. El anciano llega como de costumbre a su cuarto. Se retuerce antes de echarse. Duerme solo. Es viudo. Lo bueno de todo es que jamás me siente cuando hago un ruido ligero bajo su cama. Ya le anda fallando el oído. Bueno, a empezar otra vez la vigilia.

Ruego tanto que suceda algo extraordinario. Cualquier cosa que transforme esta realidad monótona. Un momento. Puedo escuchar un ruido. Un hombre acaba de ingresar. Veo sus enormes zapatos de cuero. Son hermosos. Me gustarían unos así.

-Hola hijito, qué se te ofrece, mhhhhhummmmuuummm

Siento que una voz sorda se estremece sobre la cama. Es un grito ahogado, desesperado. De pronto sólo se escucha el grito más fuerte: El silencio.
¡No! Entonces era así. Estos hijos de puta fornican, primero, con nuestras hermanas y ahogan, luego, a nuestros padres. Nos quieren muertos…como yo a ellos. Debo salir de aquí. Debo salir.
Debo llegar a mi casa pronto. Tengo que matar a ese infeliz. Pero qué le pasó a Chimbote, hay muchas casas horribles, coloridas y desordenadas que han invadido las calles. Necesito tomar aire…¡Ag!, siento tanta traición en mi corazón, que me parece que todo huele a mierda. Quizá sea el nuevo olor nauseabundo de la ciudad, la gran ciudad, tal como lo quiso que fuera esa gentuza. Mi tierra, ya no es mi tierra. Mi tierra es un charco donde bailan los cerdos.

Hogar, dulce hogar. Dios mío. ¿Por qué? ¿Por qué a ellos? ¿Por qué a todos? Voy a desfallecer. Me siento caer. No. ¡Vamos, pescador! Debes resistir, debes vengar la muerte de tu familia. Desgraciado. Voy a esperarte detrás de esta puerta. Te esperaré.

La puerta se abre. Es Germán. Bien, no te muevas mucho, camina despacio. ¿A dónde te diriges? Te satisface ver a mi familia muerta. Vamos, camina un poco más, un poco más. ¡Toma! Es resistente. No basta con romperle una botella en la cabeza y clavársela en el pecho. ¡Oh!, me disparó. Sólo fue en el vientre. No es nada. Vamos, quítale la pistola. Ya no hay pistola. Nuestros puños son las únicas armas. Sólo nuestros puños. Los míos y los de él. Cualquiera puede caer. A lo lejos escucho los gritos de la muerte. Parecen venir de alguna lejana casa donde también se disputan la vida a golpes. Ya no resisto, la sangre chorrea por la herida. Cada vez me pongo más débil. Debo escapar. Una patada en las bolas es más que suficiente para ganar tiempo.

Ahora sólo debo correr. Las calles ya no son las mismas de hace un tiempo atrás. Todas están pavimentadas. Quizá lo imagino. Estoy moribundo. En mis ojos se delinean las siluetas de muchas prostitutas, hay muchos bares, cantinas, nunca había visto tanta perdición. Mi mar está lleno de basura. Mi mar, ya no es mi mar. Mi mar es un depósito de caca y mierda por todos lados. Germán aún me persigue. Es de noche, y pese a ello, veo cómo el cielo se tiñe de humo y un olor nauseabundo. Sigo corriendo, y aparecen a mi paso ladronzuelos que hacen un festín en las calles con los inocentes transeúntes. Mis pies se aceleran en medio de una turba de pandillas enfrentadas con verduguillos y tramperas. Corro, no dejo de correr y me topo ahora con un grupo de gente carbonizando llantas mientras sus voces se encienden con el grito de ¡Justicia! ¡Justicia!. Ya no puedo correr más. Me encuentro en un callejón sin salida. No sé cómo llegué aquí. No sé cómo llegamos aquí. Don Germán Rodríguez está a mis espaldas y me dispara. Estoy a sus pies, agonizando, muriendo. Lo observo desde el piso y ya no creo ver a Germán sino la imagen de un hombre con casco, levantando una gran llave de acero con su mano.  Quizá sea en este callejón, que vuelva a ver mi mar, el mar cristalino que conocí.

-Es el inicio de una nueva era, la era de la Pesca y el Acero - palabras de Germán.

Fotofrafía: Renzo Lomparte Sánchez

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