Otra vez empieza la semana y con ello debo abandonar temprano la cama, ingresar a la ducha y enfrentarme al agua fría que chorrea sobre mi cuerpo, tomar el desayuno a la volada y salir corriendo para no llegar, por enésima vez, tarde al trabajo. Del alboroto y el espectáculo propagandístico electoral en las calles, sólo queda la sonrisa fingida de los candidatos estampada en millares de afiches pegoteados en toda la ciudad. ¿Quién carajos limpiará todo esto ahora? Están en todas partes, aún en aquellos lugares donde la Ley los prohibe. Postes, paredes, banquetas, mercados, el estadio centenario y muchos sitios más han sufrido el grotesco maquillaje del fervor político caricaturizado en una veintena de rostros sonrientes que quizás pronto nadie recordará. Si a esto le sumamos la infinidad de pintas, pancartas, gigantografías, volantes, propaganda en medios comunicación, espectáculos cumbiamberos y la innegable "manutención" de un sector de la prensa que está siempre dispuesta a ofertarse al mejor postor, tendríamos como resultado varios millones de soles invertidos en este rodeo electoral, que por las actuales circunstancias y modus operandis de algunos políticos, podría compararse con aquél negro espectáculo vivido a inicios de esta década cuando el Fujimontesinismo armó toda una estratagema para perpetrarse en el poder.