Un día como hoy Riquito dejó de endulzarnos la vida para dejarnos el recuerdo de sus deliciosos budines.
Por Marco Antonio Silva Mantilla
Es un domingo de abril del año 1992. Día futbolero en la ciudad. Las graderías del viejo estadio “Manuel Gómez Arellano” lucen atiborradas de gente. José Gálvez, disputa un partido decisivo para seguir avanzando en la Copa Perú y alcanzar su retorno al fútbol profesional. Mientras el balón transita la cancha de un lado a otro, un hombre cobrizo, bajito él y de un peinado impecable, sube por las gradas sosteniendo en brazos una fuente blanca de porcelana repleta con budines; este postre es tan “rico” que en cuestión de minutos va desapareciendo a manos de los hambrientos hinchas. Riquito dame cinco, le piden algunos. “No sale de cinco. De uno nada más, para que alcance…”, responde con sarcasmo el hombrecito, quien es conocido por llevar tatuada la franja galvista en el pecho.
La vida de “Riquito” es un ejemplo de perseverancia, humildad, trabajo honesto y amor a su familia. A pesar de que a temprana edad le tocó sufrir los estragos de la fatalidad, nunca bajó los brazos. Su padre falleció de un raro mal cuando apenas había cumplido los cinco años. Sólo unos meses después la muerte le arrancó a su madre, dejándolo por completo en la orfandad. Su tío Venturo Pulido asumió la tutela y fue él quien lo trajo desde Virú, donde había nacido el 05 de setiembre de 1931, para criarlo en las playas de Besique.