La segunda mitad de nuestro
último año escolar pareció correr más rápido. Vivíamos tan ajetreados
resolviendo las tareas que los ‘profes’ dejaban a diario - como si trataran de vengarse por los cinco
años que los habíamos hecho padecer -
que no hubo tiempo para despedirnos del terral de la avenida Aviación
con una aguerrida pichanga de fútbol. Una mañana de Septiembre la maquinaria
pesada del Municipio se apostó en nuestro fortín futbolero y enterró gran parte
de nuestra infancia, dejándonos el corazón hecho añicos. Pepito Zárate se
mostró insensible ante nuestra congoja. Después
de aquella mala jornada que le costó la expulsión de la escuela no quiso volver
a compartir momentos de tertulia con el grupo, ni siquiera participó del torneo
de ajedrez por el día de la juventud que organizó Jaime Alvarado y premió, como
nunca antes, con veinte nuevos soles al ganador. Tampoco lo vimos como otros
años reventando cohetones la noche de navidad ni quemó el tradicional muñeco
para recibir el nuevo año. El “cabezón” Alán, a quien Pepito consideraba como
su mejor amigo, pudo hablar con él una tarde. En una plática que se prolongó
hasta el anochecer, le contó su decisión de no volver a patear un balón de
fútbol. “Hay que dedicar el tiempo a cosas importantes. Yo quiero ser un buen
profesional”. Pepito Zárate se había
dedicado los últimos meses a ‘chancar’ duro. Sobre su mesa de estudios habían
libros de algebra, geometría, física elemental, química y varios prospectos de
diferentes universidades del país. Su objetivo era conseguir en su primera
postulación, una de las vacantes a la carrera de Derecho en la Universidad Nacional
de Trujillo. Por entonces, nadie en el grupo se preocupaba por definir ese tema; aquél era un asunto que tendría que
“caer por su propio peso”.
A finales de Marzo del siguiente
año, Pepito consiguió su tan ansiado ingreso a la escuela de Derecho de la UNT.
Las incontables malas noches de estudio rindieron fruto. Un meritorio quinto
lugar llenó de orgullo a su familia, que lo despidió con una gran comilona
antes de mudarse a Trujillo. Desde entonces las apariciones de Pepito Zárate en
el barrio se volvieron esporádicas. Uno que otro viernes por la noche cruzaba
la avenida aviación con una mochila en la espalda y varios libros sobre el
brazo. Pasaba frente a nosotros (sus amigos de la infancia), reunidos como
siempre en el frontis de mi casa; como si lo hiciera por puro compromiso apenas
y giraba el cuello para emitir un saludo parco, luego ingresaba al inmueble
1145 de Espinar y no salía hasta el domingo por la tarde, en que debía regresar
a la ciudad de la eterna primavera. Con el paso de los meses la imagen de
Pepito Zárate se fue diluyendo; al parecer se había enamorado y prefería pasar
los fines de semana con su ninfa. De
cuando en cuando Luchito Zárate, su hermano mayor, nos contaba acerca de los logros
que iba alcanzando. “Es el primero de su
clase”. “Se graduará con honores”. “Ya tiene seguro un puesto en la Fiscalía”. Aunque nadie lo dijera, en el corazón de toda
esa camada de jovencitos que lo vimos anotar aquél tremendo golazo, anidaba la
esperanza de reencontrarnos con el amigo que, como otros tantos, había buscado
un mejor futuro lejos de Chimbote. Sin
embargo los años pasaron sin que Pepito apareciese de nuevo por el barrio.
Quién sabe si alguna vez llegó de incógnito a visitar a sus padres y se marchó
sin que nadie notara su presencia. Lo cierto es que los compinches de antaño perdimos
todo contacto con él. En vano lo aguardamos el día que el gordo “Tele” partió
al seno de Dios. Todos sabíamos que el “gordo” le tenía un gran cariño, tanto
que hasta en sus últimas horas de agonía lo había mencionado; pero Pepito parecía ser
un hombre sumamente ocupado en sus quehaceres laborales, pues no se apareció en
el velatorio y tampoco llegó para el entierro.
Luego de muchos años, cuando los
integrantes de aquella comparsa de jovencitos que alborotó Pueblo Libre en la
década del noventa se habían dispersado por el Perú y el mundo, tuve al fin
noticias de Pepito Zárate. Yo fui de los pocos que se quedó a vivir en el
barrio; sin embargo mantenía contacto con la mayoría de mis amigos de la niñez
a través de las redes sociales; de esa forma estaba al tanto de sus vidas. Jorge
“machaco” Hurtado, quien visitaba diferentes ciudades del país como agente de seguros, me contó una tarde,
mientras hablábamos por Facebook, que se
había topado con Pepito en la ciudad de Huaraz. Lo encontró en las afueras del
Gobierno Regional, a punto de abordar un Mercedes Benz del año.
- Ese huevón de Zárate está
trabajando con la ‘bestia’, es uno de sus escuderos.
- ¿Estás seguro? – Le escribí.
- Claro, él mismo me lo confirmó.
Si hubieses visto la tremenda nave que se maneja, respondió colocando al final varios íconos
graciosos.
- Me alegro por él – le dije –
Pero al menos habrá mandado saludos para la gente del barrio.
- Preguntó por ti. Dice que aún
se acuerda que no lo escogías para tu equipo en las pichangas de la Aviación; ja,ja,ja,ja,ja
- Si lo vez de nuevo le dices que nunca se
despidió de sus amigos, que es un ingrato de mierda.
Un par de años más tarde, cuando
el gobierno de la “bestia” se resquebrajó y salieron a la luz todos los actos
de corrupción y componendas tramadas para acabar con sus rivales políticos a
través del sicariato volví a tener noticias de Pepito Zárate. Esta vez leí su
nombre en un reportaje publicado en un diario local, en el que se hacía
referencia a todos los personajes involucrados en la red de corrupción encabezada
por la “bestia”. Se mencionaba a
funcionarios públicos, testaferros e incluso cabecillas de bandas
delincuenciales. El nombre de Pepito aparecía junto a un grupo de profesionales
que prestaron sus servicios para encubrir los millonarios desfalcos a través de
obras y adquisiciones sobrevaloradas. Estas personas autodenominadas “Comandos”
coparon los más importantes cargos públicos de manera estratégica y según los
primeros cálculos, habían conseguido desviar a sus cuentas más de quinientos millones de soles. La familia Zárate, enterada de la difícil
situación que atravesaba el más “destacado” de sus integrantes, decidió hacer mutis sobre el tema. Durante
varias semanas vivieron en un hermetismo sepulcral, caminando por el barrio con
cautela, temiendo que en cualquier momento pudieran ser avallados por una turba
de periodistas quisquillosos que los agobiasen con sus preguntas. Sin embargo en
poco tiempo, y como siempre ocurre, las noticias e investigaciones
periodísticas sobre la corruptela en el gobierno regional fueron reemplazadas
por otros sucesos de menor valía, la mayoría crímenes sangrientos, que merecían
la portada de los diarios. La ciudad
cayó en la cuenta de un olvido repetitivo que nubló el hecho de haber sido víctimas del peor
flagelo político en nuestra historia regional.
¿Qué pasó con Pepito Zárate? Lo último que supe de él fue que vendió el
Mercedes Benz y tuvo que pasar un tiempo autoexiliado en algún rincón del país,
hasta que la tormenta del escándalo político de Ancash se calmase. Aunque han
pasado ya muchos años, aún recuerdo con
nostalgia aquél golazo que Pepito anotó esa friolera tarde de Agosto en el
pampón de la Aviación. Prefiero recordarlo
así, brincando de alegría con esa inocencia que jamás debió perder.
la verdad es asi al menos su compadre estudio, yo tengo conocidos que ni estudiaron y tenian que ver con esa red de corrupcion...
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