La semana pasada fui dos veces al cine y en ninguna de ellas la sala se llenó siquiera hasta la mitad. A decir verdad, El cisne Negro, película ganadora del Óscar a mejor actriz (Natalie Portaman) – cuatro premios Alliance of Women Film Journalists, un Globo de Oro, el premio película AFI del año, entre otros - sólo tuvo 8 asistentes finaliza su primera semana en nuestras salas. Sucedió diferente con Rango, película norteamericana de animación, a la que también asistí en esas fechas encontrándola casi llena hasta la mitad. Saw VII, a la que no llegué a entrar, tuvo más acogida, un poco más que el doble de asistentes de las otras dos películas. Quiero pensar que la mayoría de nosotros estuvo tan impaciente por ver la primera película mencionada que terminó comprándola pirata. Aunque lo dudo. Por lo que he visto las películas más concurridas son blockbuster o películas hollywoodenses, especialmente films donde se estiliza un drama o placer absurdo y sin un sentido de aporte Humano – rutinarias en su composición narrativa -. ¿Pero cómo pedirle a los exhibidores que sólo proyecten películas de calidad Humana y estética si los jóvenes de hoy en día suelen caracterizarlas como aburridas o muy dramáticas? Como si se disociara este último término de su sociedad. ¿Cómo pedirles que proyecten algo que atenta con la sostenibilidad económica de su negocio? Quizás el problema radica en unos espectadores con educación muy desarraigada de la sensibilidad artística para interpretar a mayor profundidad la sociedad y el individuo. Un problema que empieza a irradiarse en la niñez desde la enseñanza intra/extra hogareña de los adultos – nótese el círculo vicioso - y especialmente de docentes que no se capacitan para facultar la sensibilidad en esas sintonías. Es que el arte propiamente dicho, como lo plantea Friedrich Schilling, es la actividad humana que revela la identidad existente entre la forma última de la especie con el individuo concreto; y en él, la belleza, lo infinito, representado de un modo finito: la revelación de lo divino que existe tanto entre las cosas (la naturaleza) como el espíritu humano.
Sin llegar a precipitaciones radicales como las de Plejánov, Gorki o Zhdánov que rechazaban el arte por el arte, ya en 1931 Lev Vigotsky había expuesto su Zona de Desarrollo Próximo tratando de aclarar que el desarrollo humano únicamente puede ser explicado en términos de interacción social; es decir, el arte tiene un fin relacionado directamente con la sociedad incluyéndola no sólo desde un plano personal o social, sino de acuerdo a la psicología – no existe un sólo tipo de arte, pero todos están relacionados con su creador - . Viendo todos esos aspectos es indescifrable la realización del amor verdadero cine-sociedad, sociedad-cine, y si repasamos un poco la historia de nuestra ciudad nos aterraría saber que anteriormente existieron once cines de los cuales sólo queda uno, el último eslabón de la cadena de exhibición cinematográfica chimbotana. Este resultado no sólo es producto de los procesos de aprendizaje y profundización cultural, también es resultado de los cambios sociales tecnológicos, la incursión a la televisión hace más de 40 años; la moral, el aumento de religiones “totalitarias”; el posmodernismo, un declive romántico por la vida, etc. Una radiografía de las salas de cine en los años 80 nos presentaría únicamente cuatro cines en función; el cine Premier y Bahía que se dedicaban a la exhibición de películas variadas, la mayoría de origen norteamericano; el cine Chavín, que tenía preferencia por las películas hindúes, karatekas o de ciencia ficción; y el cine Olaya, dedicado únicamente a exhibir películas pornográficas.
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También tenemos que recordar la actualidad del Perú cinematográfico con poca difusión en las salas nacionales de cine - Para que una película extranjera pueda exhibirse en las pantallas peruanas, las empresas de distribución internacionales, requieren una inversión promedio de 10 a 15 mil dólares; para una película nacional se requiere una inversión promedio de 300 a 500 mil dólares – por ser más costoso y de poco interés para el público. Respecto al cine en general, distinta es la acogida que tiene en Chimbote que en Cajamarca, Ayacucho, Puno o el Cusco, que desde otros medios de exhibición, de menos amplitud y comodidad, proyectan cine desde diferentes vertientes. Sítese de ejemplo el aplaudido caso de Huamaga, en Ayacucho, que sin que haya salas de cine hay mínimo una proyección diaria, y para remate gratuita.
¿Pero qué pasará con el cine en nuestra ciudad? Luis Figueroa, cineasta Cusqueño, dice que “Un país que no tiene cine es un país que no tiene rostro ante el mundo” quizás nosotros no tengamos rostro ante nosotros mismos ¿O es que tan turbia está nuestra playa que la ciudad por más Océano que tenga necesita de otro tipo de espejo?
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