Es noche de sábado y en todas las arterias de la ciudad un gentío de jóvenes y adolescentes se alistan para salir de rumba. Los motivos sobran: El cumpleaños del amigo, la dicha porque al fin la hembrita que tanto le gustaba se decidió a darle el sí, el gran triunfo de los cremas sobre su clásico rival Alianza Lima, haber conseguido “chamba” luego de varios meses de intensa búsqueda o simplemente el deseo de querer ‘pegársela’ hasta que alumbre el gringo. En fin, una diversidad de razones y sin razones que alborotan la mente de miles de jóvenes que esperan hacerla “linda” una noche sábado.
Richi tiene 21 años y a su edad ha recorrido todos los centros de diversión habidos en la ciudad. Los “bacanes” y los “monses”. Aquellos donde no pasa nada con las flacas y los otros donde se encuentran buenos “lomos”. Él se las sabe todas, pues empezó a salir con sus “patas” del barrio “El Acero” desde que tenía dieciséis y para este tiempo cuenta con la “cancha” suficiente para sacarle el máximo provecho a un fin de semana.
Su rutina empieza a las nueve de la noche. Luego de echarle una mirada al ropero y probarse un par de camisas, se decide finalmente por el polo strech, que resalta su atlética figura. Contabiliza los billetes y monedas disponibles: hay suficientes para asegurar el éxito de la faena nocturna. Durante la semana le fue bien con los cachuelos. Pintó una casa y ayudó a su tío albañil en una obra. La juerga es, a todas luces, merecida. Se mira al espejo y levanta el cabello imitando a un puercoespín. Es un look que está de moda y quien no anda a la moda está en nada. Una roseada con el desodorante spray en todo el cuerpo y listo. ¡A la calle! Los “patas” ya esperan en la esquina. Este no es cualquier sábado. “Juaneco”, el integrante más joven de la collera ingresó a la policía y, por ello, no hay mejor opción para celebrar tamaño logro que visitar “La Jungla”, una discoteca, que más se asemeja - por su reducido tamaño - a un bar o taberna, ubicada en la primera cuadra de la avenida Elías Aguirre y donde Richi tiene un “jale” único con las meseras.
En pocos minutos el taxi está parado frente al local. Nadie se anima a bajar de él aún. El portero, un tipo que debe pesar más de cien kilos y viste con un pantalón gris y una chompa Jorge Chávez se levanta del banco donde descansa y sale al encuentro del vehículo.
- Hay charapitas ricas muchachos, pasen, pasen…., ofrece pegándose a la ventana del tico.
- Habla “Botija”, qué pasa ya no reconoces a los patas, responde Richi desde el auto.
Richi ingresa primero a sondear el ambiente. Sus amigos lo esperan ansiosos en las afueras de la disco. Adentro, no falta alguien que le levanta la mano y lo saluda. Las meseras del local se le acercan, le sonríen; las más cariñosas lo besan en la mejilla y le piden que se quede. Sus ojos se entretienen en el acostumbrado alboroto que se desata al interior de “La Jungla” los sábados por la noche. Marcia, una mujer veinteañera le hace un ademán mientras baila una salsa jugosa con un tipo que por su aspecto parece ser pescador. Richi sabe que basta una seña para que Marcia abandone la mesa donde se encuentra y pase a ocupar la suya. Pero a ella la conoce de tiempo y ya no le resulta excitante posarse sobre un cuerpo que ha poseído tantas veces; además “El Botija” le recomendó un par de chiquillas “pititas” que acaban de llegar de la selva. Hay que comer carne fresca esta noche, piensa mientras se acerca a la barra para preguntar por las mozas recién llegadas. Lupe es quien atiende siempre allí. Para tener treinta años luce bastante bien y más de un visitante desearía hurgar mañosamente entre sus prendas y meterse una encerrona con ella toda una noche. A veces la acompaña “el gringo”, su marido; pero si no está ahora es porque seguro anda revolcándose con Berta, la amante que todos le conocen en el Bar.
- Hola Lupe, ¿solita otra vez?, saluda Richi.
- Holaaaaaa cariño… ¿Y este milagro? Me has tenido abandonada buen tiempo.
- Así son los milagros muñeca, además si uno no se ausenta nunca lo extrañan…
- Tú siempre tan galante Richi. Si así fuera “el gringo”; pero a ese lo que le gusta es revolcarse con cualquier mugrosa que le aparece en el camino…
- No te sulfures Lupita seguro ya no tarda en venir y si no llega afuera está un amigo que fácil te hace olvidar las penas…
- ¡Pues qué esperas, hazlo pasar….!
- Ja,ja,ja,ja Claro, claro ahora lo llamo…Pero dime, ¿hay hembritas nuevas?
- ¡Por supuesto cariño! Aquí en “La Jungla” siempre tenemos primicias; además tú eres un cliente vip y para ti te reservamos lo mejor…
Dos timbradas al celular de Carloncho y la señal está dada para que el grupo ingrese a la discoteca. Melany, la mesera más risueña, los atiende. “Cuatro cervezas para empezar”, lanza el pedido “Peluche”, quien ha prometido agasajar como se debe a su compadre “Juaneco”. La mesa donde se ubican está cerca de la barra. Desde allí Richi puede monitorear todo lo que ocurre, pedir la música que le gusta y ser el primero en pisar la pista de baile; sentirse como un faraón en su reino, demostrar que allí en “La Jungla” nadie es más “bacán” que él. Los cuatro vasos se llenan de la espumante cerveza. El primer brindis es por el futuro policía. Uno más por la collera. ¡Salud! ¡Salud!. Luego cada quien se sirve el licor a su antojo. Cuatro cervezas más. Risas. Hileras de recuerdos flotando en el aire. Una cajetilla de cigarros aparece sobre la mesa, después un cenicero. Todos fuman y el ambiente se envuelve en una máscara de humo. La música invita a seguir libando: ”Amigos traigan cerveza/quiero tomar para olvidar/Amigos traigan cerveza/quiero matar este dolor…” Los ritmos musicales no se detienen. Suena otra cumbia, luego una salsa brava, un reggaetón, también un merengue… “Peluche” mueve las manos y golpea la mesa acompañando el ritmo de las canciones. ¿Y las chicas?, pregunta Juaneco. ¡Quiero mujeres!, reclama Carloncho exacerbado por el alcohol. Richi pide calma esbozando una sonrisa. Levanta la mano y le hace un ademán a Lupe, quien interpreta la seña a la perfección. Entonces aparecen en escena dos personajes, hasta esa noche inéditos. Tienen el rostro pintarrajeado, los labios embadurnados de colorete rojo y emanan un olor a loción de rosas que se esparce con fluidez en el ambiente. Las miradas en “La Jungla” cambian de órbita y se concentran, ahora, en el par de jovencitas que avanzan contorneándose con un amaestramiento y coordinación tal que se puede pensar que su aparición ha sido ensayada con anterioridad. El par siluetas cortan los rayos de luz multicolor que emiten las dos bolas giratorias incrustadas en el techo y se acomodan en la mesa de Richi y sus amigos. Los integrantes de la collera se paran de sus asientos y saludan a las mozas con un delicado beso en la mejilla. ¿Cuáles son sus nombres preciosas?, pregunta “Peluche”. “Mi nombre es Lucy”, responde con acento selvático, la moza de minifalda negra y blusa floreada, mientras trata de estirar con las manos la diminuta mini que muestra sus encantadoras piernas y descubre, a ratos, el color blanco de su ropa interior. “Marilyn, pero de cariño me dicen Mary”, contesta – luego - coquetamente la menuda muchacha de ojos claros, jean azul apretado y top negro. Su mirada tiene un aire de timidez natural que contrasta con el atrevido maquillaje que lleva. No ha de tener más de diecisiete años pero ella ha dicho tener veinte.
- Me invitas un trago, le pide Lucy a “Carloncho”, hablándole delicadamente al oído.
- Claro mi amor, todos los que quieras - responde el muchacho apresurándose en sujetarle la cintura a la moza - Hueles delicioso, le susurra.
Mary está sentada entre Richi y Juaneco. El primero es un viejo cazador de féminas, un zorro matrero que difícilmente deja escapar su presa y termina convenciéndolas siempre de aceptar sus propósitos carnales. “Esta chibolita es mía” le susurra a Juaneco, quien ensaya una sonrisa de complacencia avizorando el éxito de su compañero. Richi no tarda en poner a trabajar su acaramelada lengua. Sus brazos cobran un ímpetu acalorado y rodean la espalda de la muchacha. “Yo soy pataza con la dueña, siempre vengo por acá pero no te había visto antes…Tienes unos ojos preciosos; eres la chica más linda de aquí…” La muchacha escucha incrédula. “No creas lo que te cuentan los hombres que vienen aquí, todos querrán impresionarte, ofrecerte cosas, proponerte que estés con ellos. La mayoría tienen mujer, hijos o son casados. Sígueles el juego, hazlos gastar, eso es lo que nos conviene. Si te vas con alguien al amanecer, ese ya es tu negocio”, le dijeron en “La Jungla” a poco de empezar como mesera. Un par de meses atrás su tía Gertrudis, con quien se crió en la selva le había advertido antes de viajar: “La gente de la costa es bien sabida, tienes que andarte con cuidado y no confiar en cualquiera que te pinte las muelas. Allá ven a una jovencita sola y bonita y ya quieren aprovecharse. Por mí no te fueras, pero tú estás decidida a ir y no quiero que después andes diciendo que yo trunqué tu futuro. No te olvides de nosotros Rosita y llama siempre o escríbenos que aquí te extrañaremos mucho”. La muchacha apretaba fuertemente las manos de la mujer mientras ella le hablaba. Cuando la tía Gertrudis le dijo todo lo que el corazón le mandaba en ese momento, Rosita la soltó, le dio un beso en la mejilla y se subió al ómnibus que la llevaría hasta Lima, donde la esperaba Lourdes, una ex compañera de la secundaria en Saposoa, su pueblo. La muchacha nunca antes había abandonado su terruño; todo lo que sabía de la capital, de la costa, lo conocía por las noticias que miraba en la televisión o leía en los diarios. La angustia le recorría el estómago como una serpiente la madrugada que pisó por primera vez Lima. Lourdes la tranquilizó: “Los periódicos siempre exageran, la costa no es como la pintan. Cuando estemos en Chimbote verás que todo es diferente. Allá haremos mucha plata Rosita”. Ese día recorrieron juntas a pie el centro de Lima, visitaron la Plaza de Armas, estuvieron en las afueras del Congreso, caminaron por calles que a Rosita le parecían interminables. “Qué bonita es Lima”, pensaba desprendiendo un brillo mágico de sus ojos. Antes de enrumbar hacia Chimbote cenaron chifa al paso en una carreta. Rieron mucho recordando los tiempos pueriles en su tierra, las travesuras de la escuela, los enamorados que tuvieron, las acaloradas fiestas de San Juan. Una mañana cálida les abrió los brazos en el puerto. Por la tarde se entrevistaron con Lupe en “La Jungla”. La mujer las observaba detenidamente mientras les iba sacando información con preguntas inquisitivas. Decenas de jóvenes y adolescentes de diferentes partes del país y del mismo Chimbote llegaban todas las semanas a pedirle trabajo, pero ella sabía reconocer casi al instante quien daba fuego para el negocio y quien no. Nunca arriesgaba en contratar a cualquiera. No desde la vez en que se metió en un lío bárbaro por darle cabida a una voluptuosa piurana que había fugado de su casa y que llegó a rogarle la contratara como mesera. Lupe accedió pues la muchacha según ella “valía oro”; y no se equivocaba ya que la noche que Melany- nombre con el que la bautizó - debutó en “La Jungla” causó tal sensación que todos querían tenerla sentada en su mesa y mirar de cerca aquellos prominentes pechos parecidos a dos melones gigantes y aquellas anchas y orquestadas caderas que se balanceaban con sincronismo cada vez que recorría el local de palmo a palmo. La Piurana consiguió que le invitaran más de treinta tragos aquella vez y los próximos días la cosa no fue distinta. Melany terminaba su faena con los brazos enmarañados de ligas que Lupe le iba colocando cada vez que alguien le compraba un trago. Al amanecer canjeaba las ligas por dinero. Cada una equivalía a dos soles, lo que representaba el veinticinco por ciento del valor de cada bebida; el resto del dinero quedaba para “La Jungla”. Lupe se sentía contentísima con su adquisición, tanto que llegó a convencer a Melany de ofrecer algo más que compañía. “Doscientos soles el que quiera pasar la noche con ella. Y no digan que es mucho porque bien que los vale”, empezó a promocionarla entre sus clientes. La aparición de la piurana se hubiera convertido en un éxito total de no haber sido por la insospechada aparición de sus padres una madrugada, quienes llegaron a Chimbote después de varios días de andar siguiéndole el rastro a la hija fugitiva. Ese día se armó tremendo escándalo; llegó la policía, los agentes municipales, el representante del Ministerio Público y la prensa; el local fue clausurado y a Lupe le costó mucho dinero poder reabrir el negocio. Desde entonces se preocupaba demasiado en averiguar hasta el detalle más mínimo de las chicas que buscaban trabajo como mesera. No recibía madres solteras, menores de edad ni mujeres con embrollos familiares, cosa que se tomaba su tiempo en sonsacar. Las selváticas le parecieron encantadoras. Tenían gracia, bonito cuerpo y un candor que las convertía en una fresca tentación para los hombres.
- ¿Qué te parecen estas chiquitas “gringo”. Están lindas, no?
- Si gorda, muy lindas las charapas - le respondió el hombre quien hace rato que venía mirándole las piernas a Lourdes - Contrátalas y que empiecen hoy mismo si quieren.
El encuentro de aquella tarde tuvo buen fin. Lupe quedó encantada con las selváticas. A Lourdes la bautizó como Lucy, mientras que a Rosita, la chica de los ojos radiantes, la llamó Marilyn. Luego de explicarles los pormenores del trabajo las jovencitas salieron del local y retornaron al día siguiente listas para empezar a laborar como meseras en “La Jungla”.
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Richi no deja ni un solo instante de adular a Marilyn. Por momentos le toma la mano empalagosamente y se queda atrapado en la luminosidad desprendida de los ojos de la muchacha. “Invítame otro trago cariño”, vuelve a pedir Mary. Esa es la quinta bebida de la noche. Richi piensa un poco antes de responder; él conoce muy bien las mañas de las meseras y sabe que su negocio es conseguir que los hombres les inviten el mayor número posible de tragos. “Bailemos primero y después seguimos tomando”. Mary acepta. La pista de baile los recibe con un show de luces multicolores y el sonido rumbero de una salsa de los The Latin Brother: “Báilame como quieras/Gózame como quieras/No me vengas con cuento que te duele la cadera, porque la salsa que traigo se te mete en la sangre de veras/ Báilame como quieras/ Gózame como quieras…”. “Peluche” aplaude desde la mesa y el resto de la collera se anima a llevar el ritmo de la música con un golpe de manos. A esas horas “La Jungla” se sofoca con las calenturientas pasiones de sus visitantes. Los tragos y las cervezas salen disparados desde la barra. El vaivén de las meseras se hace más agitado y los besos asolapados y candentes son una escena repetida en los oscuros rincones del local. Luego de varios minutos de darle al baile, Richi y Mary vuelven a la mesa. “!Cuatro cervezas más, que de aquí no nos movemos hasta que alumbre el gringo carajo!”, exclama un ensalzado Carloncho dejando caer un billete de veinte soles. Richi lo mira y sonríe. Levanta la mano y le pide a Lupe otro trago para su acompañante. Mary se le acerca de golpe y le habla al oído: “A qué hora nos vamos cariño”. Su armoniosa voz sonó como la melodía sublime de un paraíso que empezaba a abrir sus puertas. “Dame un par de minutos para despedirme de la gente y salimos mi amor”. La despedida es breve. Todos miran con orgullo el avizorado triunfo del amigo. Juaneco lo abraza y le suelta una frase entusiasta: “Dale duro, duro con ella”. Antes de salir Mary y Lucy cuchichean entre ellas. Una aconseja a la otra, mientras le pasa con cautela un sobrecito gris. Un ligero pensamiento recorre la mente de la muchacha de los ojos radiantes: “Si te vas con alguien al amanecer, ese ya es tu negocio”. Todo listo. Lupe da el visto bueno para la salida y los dos cuerpos abandonan “La Jungla” perseguidos por las miradas de los mortales que desean en silencio estar en el lugar de Richi.
Un taxi. Besos y arrumacos al interior del vehículo que viaja a ochenta kilómetros por hora, cortando la neblina que cae sobre la ciudad, rumbo al Hostal “Sahara”, el lugar preferido de Richi para “coronar” sus affaires. Una habitación amplia ambientada con pinturas y artes plásticas alusivas al sexo tántrico los recibe. Cama redonda, espejos en las paredes y el techo, un curioso sofá en forma de caballito, luces ambientales, música suave... El cuarto es toda una alegoría del sexo. Mary saca el paquetito gris de su bolso sin que Richi se percate y lo esconde en los pliegues de su pantalón.
- Brindemos antes de empezar, sugiere la muchacha.
- Está bien pero sólo una botella…
- Sí cariño, sólo una, después haremos lo que tú me pidas.
El sonido de la puerta. Richi abre y recibe la cerveza de manos del cuartelero. “Yo sirvo cariño, déjame atenderte como un Rey”. El golpe de los vasos se deja oír un par de veces. Después una danza de jadeos se confunden con las suaves melodías de la radio y se van disipando con los minutos.
El amanecer no se deja ver al interior de la habitación que permanece a oscuras a pesar de la iluminada mañana. Las horas pasan y el cuerpo de Richi sigue inerte sobre la cama. Desnudo. Cubierto a medias por las sábanas. Como al medio día alguien toca la puerta insistentemente. A los pocos minutos ya son varias las voces que se escuchan fuera de la habitación 202. La puerta se abre de golpe y las personas ingresan preocupadas por el siniestro silencio al interior del cuarto. ¡Está muerto! ¡Está muerto!, exclama alguien. “No, sólo es un huevón que ha sido pepeado”, responde otro. En un rato más llega la policía. Richi despierta confundido, aturdido por el bullicio de la gente que le hace preguntas. Intenta pararse pero se da cuenta que está desnudo. Busca sus ropas pero no las encuentra. Su celular y su billetera han desaparecido también. En otro punto de la ciudad dos jovencitas duermen plácidamente, agotadas por la intensa faena de la madrugada.
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