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domingo, 5 de agosto de 2012

Un santo que viste de rojo


Pedro fue martirizado igual que su maestro. A diferencia de Jesús, su crucifixión fue bocabajo y se produjo en el año 67 D.C. En nuestro puerto, su imagen, representada por una estatua de yeso, es un ícono de religiosidad que tiene miles de adeptos. En la capilla que lo cobija y que lleva su nombre, San Pedro está ataviado de una indumentaria peculiar. En la presente nota, el Padre Héctor Herrera nos explica el significado de las vestiduras del Patrón.    

Acá, en la iglesia San Pedro hay 20 pelícanos artísticamente definidos en sus muros. Todos de pie  -mejor dicho, de patas-. Estos pelícanos nunca morirán. Nunca aparecerán tirados en la orilla de ninguna playa como sí les ocurrió a más de 4450 animales de esta especie el mes pasado. Existirán cientos de años y a lo mucho el color se les desgastará por el tiempo, se volverán opacos, craquelados y hasta azules si alguien pinta de ese color la fachada de la capilla San Pedro. Aunque lo dudo, el azul es un color olvidado en Chimbote.


Adentro, Héctor Herrera, padre de esta capilla, se ha sentado a medio metro de mí y me cuenta que antes de saber de la vestimenta de San Pedro debo saber quién fue Pedro. Resumo: “Nuestro Santo, de origen también azul (marino) -en sí de origen galileo- se llamaba Simón. En el Nuevo Testamento se le conoce como Shimón Bar Loná y algunas líneas del evangelio de Mateo 16 aseguran que fue el más certero respondiendo a Jesús quién era él (como hijo de Dios) y por lo tanto galardonado con el seudónimo de Piedra/Cimiento de la Iglesia que surgiría a su responsabilidad. Fue, también, el que más representó lo Humano, con los errores propios del miedo (negando a Jesús) y su carácter hosco y gallardo (llegando a cortarle la oreja a un soldado). Pero, sobre todo, y lo más resaltante: el apóstol que más amó a Jesús”, me cuenta el Padre.

Mientras escucho a Herrera me doy cuenta de que San Pedro nos mira  -o bueno, la estatua-. Para no ser descorteces, decidimos acercarnos, a conversar reunidos en torno a él. “La estatua llegó a Chimbote traída por doce familias huanchaqueras, hace como más de tres siglos. Nuestros pescadores, en su mayoría católicos, se identificaron rápidamente y lo asumieron como Santo. Al principio Pedro llegó con el cuerpo de piedra y la cabeza de madera, ésta última, por su misma consistencia orgánica se deterioró y tuvimos que sustituirla con otra.  El escultor Eunófenes Colchado Lucio, hermano  del escritor Oscar Colchado, fue quien confeccionó en el año 1985 la que ahora tiene,  ya de piedra.”, prosigue Herrera. De su vestimenta se puede saber que el atuendo rojo es propio del martirio que vivió en manos romanas, de su entrega y pasión; que la ropa blanca asienta su alegría, porque Pedro siempre fue un hombre de gozo y que la biblia y el báculo en sus manos es el recuerdo vivo de él como pastor. También acompañan su indumentaria una cuerda de pescar que cuelga entre sus piernas, a manera de cíngulo litúrgico, una mitra, una pechera dorada y una chalina roja que hace la vez de palio sacerdotal. Todos estos símbolos litúrgicos jamás usó Pedro en vida. La mitra data en el uso papal desde el siglo IV,  que se supone es proveniente de la vestimenta sacerdotal persa, y dentro, todo, de una estética oriental. El manto que lleva, los colores de las perlas y las formas florales bordadas son circunstanciales, pero siempre mantienen el fondo rojo. “Es el arte de los artesanos el que explica sus formas, no hay trasfondo místico o simbólico en especial”, me confirma Herrera mientras detiene la vista reflexivamente en la estatua y continúa. “Si Pedro estuviera vivo diría: Teníamos una hermosa bahía, hoy tenemos un desastre de bahía por la ambición y la codicia de aquellos que explotaron el mar pero que no invirtieron en mejorar las condiciones de vida ni de los pescadores ni del medio ambiente, hoy tenemos jubilados sin pago. Chimbote, en su onomástico debería pensar más en la depredación de las especies marinas, en su bahía. Recordar a Pedro en su sentido Cristiano de amor al mundo y no sólo en su imagen como símbolo de comercio”.

Salgo de la capilla al lado de Herrera, él entra al otro lado, a las oficinas. Su despedir es cálido y amable. Desde afuera trato de ver a la estatua de nuevo, adentro ya todo está oscuro.

Por Rhazú Vásquez Chuchón

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