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miércoles, 19 de febrero de 2014

La mejor raspadilla del Perú está en Chimbote

Ricardo Lara Wekselman
Cuando el calor arrecia, a pesar de que el verano ha quedado atrás, se vuelve necesario aplacar la sed refrescando la garganta con alguna bebida helada o un bocado frío. Una buena opción para aliviar la fatiga y darse, además, un gustito, se encuentra en la intersección del jirón Manuel Villavicencio y el jirón Ladislao Espinar. A un par de metros de esa concurrida esquina, un hombre que sobrepasa los setenta años, espigado, de piel rosácea, corpulencia de roble y singular mostacho, se ha convertido en la atracción del centro de la ciudad; ¿el motivo?, sus sabrosas raspadillas multisabores que, según él, tienen incluso cualidades curativas. 


Apelando a la creatividad, su peculiar gusto por las frutas y esa adicción genética por el hielo que caracteriza a los hombres de las zonas más gélidas del planeta, Ricardo Lara  Wekselman, un chiclayano descendiente de rusos (Kiev), abrió hace más de treinta años en nuestra ciudad una juguería a la que bautizó con el nombre de “Mar y Sol”; en ella, luego de varios experimentos producto de su afición innata por la investigación, lanzó a la venta unos curiosos trozos de hielo de forma cónica bañado con jarabes de fruta, que, al probarlos, causaban una grata sensación en el paladar.
“Llegué a esta ciudad el año 1959, atraído por el boom pesquero. Tenía 23 años y el ímpetu juvenil de forjarme un futuro trabajando en la pesca. En ese tiempo Chimbote lucía desolado, como si fuese un pueblo del viejo oeste. En la avenida Bolognesi, cada dos puertas, funcionaba una cantina. Todas estaban siempre llenas de exasperados bebedores, en su mayoría pescadores que tiraban la cerveza en el piso cuando ya no les entraba en el cuerpo”, rememora don Ricardo, mientras hace una pausa en su maratónica venta dominical de raspadillas.  

Su infancia la vivió en Chiclayo. Criado entre fundos arroceros, en cuyos alrededores crecían árboles frutales, pasaba sus tardes trepado en las ramas cosechando ciruelos. “Cuando tenía 7 años me subía a la planta de ciruela para sacar la fruta y pensaba que algún día podía hacer jugo con ellos”. 
En Chimbote trabajó como motorista de una embarcación pesquera, propiedad de un francés apellidado Le Muá; pero al decaer la pesca en el año 1974, renuncia a su trabajo y decide invertir el dinero que tenía ahorrado en una funeraria, negocio que cierra un año después porque no compartía la idea de lucrarse con el dolor ajeno. A partir de ese momento Don Ricardo da rienda suelta a su afinado gusto para experimentar con las variedades de fruta y apertura la juguería “Marisol”, ubicada justo en la misma esquina donde hoy se aglomera la gente para comprar las deliciosas raspadillas que vende. 

“Al abrir la juguería pude al fin hacer realidad todo lo que había soñado de niño cuando viví en Chiclayo. Probé a mezclar diferentes frutas y así conseguí ofrecer a mis clientes una variedad de jugos inéditos que les agradaban mucho. Por una cuestión genética soy adicto al hielo, así que, como en Chimbote los veranos son calurosos, un buen día me animé a preparar raspadillas; yo mismo diseñé mi máquina raspadillera que formaba curiosos conos de hielo e hice una investigación acerca de los tipos de frutas más adecuados para elaborar los jarabes. El resultado fue una verdadera revelación, pues conseguí néctares deliciosos de chirimoya, higo, mamey, mango, lúcuma y ciruela, los cuales fueron un boom en ese momento”.  

La Juguería “Marisol” y sus raspadillas tuvieron cerca de veinte años de éxito ininterrumpido, hasta que a inicios de los noventa, la decadencia de la economía en el país y la falta de seguridad en las calles, lo obligan a emigrar en busca de mejores ingresos para solventar los gastos familiares. “Mis hijos crecían y la  juguería ya no daba para costear los gastos de su educación, por eso tuve que irme a España”, cuenta Don Ricardo. 

Una década después, cuando el país se había estabilizado económicamente retorna al Perú. En el año 2000 relanza el negocio de raspadillas, pero esta vez como ambulante, recorriendo playas, mercados y las principales avenidas de la ciudad, sin obtener la acogida de sus inicios y una vez más lo dejó de lado para retornar a España.

Sin embargo, para el agrado de quienes saborearon en los setentas y ochentas sus delicias heladas y solían gritarle en los estrenos del Cine Bahía: “¡Allí va la mejor raspadilla del Perú!”, Don Ricardo se animó a retomar aquello que hace tan bien y que lo llena de felicidad:  experimentar con la fruta para sacarles literalmente el jugo a sus atributos, pues, como él refiere, “cada fruto tiene una textura y cualidad  especial que hay que saber aprovechar y eso se consigue con la investigación”.  Desde el 20 de diciembre del 2012 ha vuelto a la misma esquina donde se inició con la juguería “Marisol”. Aunque ya no vende jugos, su pequeño negocio de raspadillas lleva el mismo nombre.  Cada mañana, sale de su vivienda en el barrio El Trapecio, conduce su Volkswagen celeste hasta las intersecciones del jirón Manuel Villavicencio y el jirón Ladislao Espinar,  se instala con el hielo y su veintena de jarabes, luciendo un mandil rojo con el logo entrañable de “Marisol” para vender a diario de 150 a 180 raspadillas. “Algunos jarabes tienen propiedades curativas”, afirma. Esta rutina la realiza de manera ininterrumpida, incluido domingos y feriados;  algunos hombres y mujeres encanecidos lo reconocen, y le agradecen en silencio mientras saborean su cono helado, el haberles devuelto el placer de aplacar su sed con tan delicioso bocado. 

3 comentarios:

  1. Eso ni tú te lo crees la mejor raspadilla de Ancash está en Carhuaz.

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    1. Amigo, emersonfgh, sugeriría que leas el texto para entender el motivo del título. Gracias.

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  2. https://www.facebook.com/events/1679907525621212/

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