Si caminas por el centro de Chimbote te darás cuenta que tiene muchos castillos, que, a diferencia de las brillantes construcciones mágicas de Walt Disney, parecen de una familia de armatostes tristes, callados, como si obligatoriamente perteneciesen a una eternidad que les duele en sus cimientes. Nota arquitectónica: los edificios de Chimbote son de una estructura cuadrada, como salidos de un molde para ladrillos gigantes. La arquitectura de Chimbote proviene de los ágiles, y no muy estéticos, logros de un plan de desarrollo urbano de 60 manzanas que Enrique Meiggs presentó al gobierno, siendo aprobado un 23 de enero de 1872. Meiggs era experto en el trazado de calles, anteriormente había sido miembro del consejo edilicio de San Francisco (California) donde fue urbanizador de terrenos abandonados transformando esos lugares en zonas de explotación comercial y residencial. Nota epónima: la calle paralela a pardo, que también es parte de la Panamericana Norte, lleva su nombre. Actualmente en Chimbote se puede comprobar que se ha edificado cumpliendo sólo el 65% de su diseño.
En esas construcciones, entre otras, estuvieron la Calle Manuel Ruíz y Alfonso Ugarte. Lugares en cuya convergencia funciona el paradero para dirigirse a Coishco, Santa, El Castillo, Alto Perú, Rinconada, etc. El lugar al que me dirijo es un caserío que queda a 7km de Santa, se llama el castillo en honor a las dos voluminosas pirámides que han dejado los mochicas en esta zona. El pasaje cuesta S/.- 2.00, se viaja en Combi. En el trayecto se pueden apreciar: el vivero forestal cuyo frontispicio parece una máscara africana con plumas; el cerro de la paz, comúnmente lleno de una opaca textura; el bizarro cementerio San Pedro, cuyas lápidas en medio de la arena parecen pequeñas escenas en blanco y negro dirigidas por Lynch. El carro llega a Coishco como por el interior de un gusano obscuro. Nota escultórica: en la plaza de esta ciudad hay el monumento de un pez celeste mirando el cielo con un penacho de red herrada sobre las fauces. Se pasa santa, se cruza por medio de ella y a sus rededores, antes de llegar al castillo, se aprecian repetitivamente plantaciones de arroz que en los atardeceres dan la impresión de lagunas aceradas, le siguen los campos de cultivo de Maíz. Hay partes donde el trabajo humano ya llegó a su fin y sólo está la reserva de los frutos mismos cubiertos por esa veladura amarilla grisácea en la que también terminan sus hojas y troncos. Ya casi se llega. Me reciben varias casitas, algunas de ellas cubiertas en el techo por una incontabilidad de mazorcas y otras en cuyos bordes de las paredes sobresalen carrizos dando la ilusión de un intento apresurado del gótico.
Llego. El caserío, que ya tiene más de 100 años, cuenta con veredas interiores pero no con pistas. Desde la entrada se puede observar una alameda recientemente construida, le continúa un colegio homónimo, por algún lugar hay dos cabinas de internet, la losa deportiva y el campo de fulbito continúan al colegio, la plazoleta, cuyo centro estaría desértico a no ser por el poste de madera sosteniendo tres focos que apuntan los contornos equidistantes desde el centro de la plaza, es la única forma de iluminación, de lo contrario el vecindario tendría que pagar la luz. Esta última idea hace arcoirisear las cejas de Alindor Gálvez Huañambal, teniente gobernador del caserío, quien me cuenta que su poblado también carece de centro de salud, y en casos de emergencia los afectados tienen que irse en auto al pueblo de santa. El servicio de agua potable tiene deteriorado el filtro de sus cisternas, dejándo pasar toda el agua canalizada desde el río santa con los residuos que natural y artificialmente contiene. Las alcantarillas poseen más de 30 años sin ser cambiadas.
El 2005, en reunión popular, se llevó al consenso la decisión de construir la alameda en lugar del proyecto del museo de sitio “El Castillo”, que en ese entonces estaba gestionando Claude Chapdellaine con la INC y el apoyo de canadienses. El requisito mínimo era que el poblado cuente con un restaurante y hospedaje. Los pobladores optaron por la alameda.
Para subir a ver las pirámides debo entrar por un pasaje enramado, no se tarda mucho y lo primero que se ve es un pedregal desorganizado como fortín de arena abandonado por un niño en medio de la playa. Si se sube más, y se está entre ellos, da la impresión de haber asistido a un congreso de gorditos enanos, producto de la anatomía circunforme. Nota pictórica: Quizás a Botero le habría gustado conocer este lugar. Frente a las dos pirámides uno se siente una hormiga ante dos puñados de azúcares, sobre ellas: una bandera en media flama.
Corre mucho viento. Nota de creativo publicitario: Quizás aquí se pueda hacer un buen comercial de Shampoo. Desde la cúspide de estas estructuras se puede apreciar el panorama del valle y río santa con mucha definición. El Castillo había sido el centro político-administrativo del Estado Mochica de los pueblos asentados en la margen izquierda del río Santa, vivieron aquí entre los siglos III y VII D.C. Claude Chapdellaine y Víctor Pimentel, en las investigaciones de la zona, hallaron un esqueleto peculiar: el de un niño de aproximadamente tres años junto a un adolescente entre 16 y 22 años cuyas manos atadas fueron colocadas cerca a las del primero. El sexo de este niño se desconoce, pero sí que fue enterrado sin cerámicos al lado, atípico de los mochicas, pero cubierto por ocho mantos textiles. De los mantos, donde 4 de los 8 son bordados y los otros no, se rescatan 2 en particular: en el primero hay un cangrejo figurativo en cuyos bordes culebras en movimientos de izquierda a derecha le contornan; en el segundo aparecen tres hombres en plena labranza de tierra, el del medio, aparte de portar color entero en su traje, mira de frente y tiene en sus manos una planta de yuca. Nota económica: la economía prima de los moche se basó en el cultivo de yuca. Si miramos desde arriba hacia abajo las piedras yacientes parecen un ejército de hombres, como la leyenda de los guerreros pururaucas, salvo que este complejo no fue construido para defensa o ataque, sino sólo con índole administrativa. Desde la punta del castillo parece que todo tiene alas. Nota filmográfica: De seguro a Martín Scorsese este lugar le haría respirar como el Aviador. Cuando bajo de ellas, miro las paredes, parece que estas pirámides permaneciesen en un llanto quedo interminable, sus paredes están marcadas como por el rastro de una lágrima constante. Al verle detenidamente, parece que estas murallas sintiesen profundamente el desmorone.
Mientras más se atardece, es un propicio lugar para disfrutar la caída del sol hasta confundirse en el azur. Nota poética: Benjamín Péret, en el cuadrado de la hipotenusa decía que el sol puede convertirse en azul. El panorama empieza a adquirir una velada sensación de neblina oscura. Sólo los campos de cultivo de arroz son notorios que rebalsando de humedad, parecen a lo lejos, largas galletas craqueladas o abalorios de plata y ligadura. Al bajar me detengo en el pasaje enramado que me dio la bienvenida, el ambiente se torna muy íntimo. Me siento a observar y no estoy solo, dos luciérnagas me acompañan. Arriba de mí los árboles parecen conversar entre ellos, el aire les ayuda. En esta oscuridad, nada silenciosa, todo parece hablar. En el fondo, y muy externamente, uno puede sentirse consigo mismo.
Salgo de allí a eso de las 9:00 pm, los carros suelen pasar con regularidad hasta las 8:00 pm. Por poco y me quedo a dormir. Los aldeanos son amables y me han ofrecido posada en la sala de una tienda. Para suerte mía, después de una hora de espera, pasa una combi concha de vino, sólo va hasta santa. El trecho a pie es largo y peligroso, por eso el cobrador aprovecha mi necesidad y me cobra el doble del pasaje: 2 soles. No le digo nada, no importa, en santa podré dormir un rato en un banca y luego irme, a cualquier hora, antes de la 12, de nuevo a lo viejo de los repetitivos, rutinarios y tristes castillos de Chimbote.
Te soy sincero, me ha gustado la crónica.
ResponderBorrarPero prefiero leerla, :P
Tu narración oral me confunde XD