Esta entrevista realizada en Lima fue una que casi me negué a hacer por el poco conocimiento que tenía sobre fotografía; pero todo se hizo fácil cuando recordé que Mayu Mohanna es chimbotana. Hablar sobre su trabajo significó sumergirnos en su mundo privado y descubrir que la fotografía es un lenguaje espiritual que puede servir como un gran espejo de la condición humana.
Escribe: Ricardo Ayllón Cabrejos.
Escribe: Ricardo Ayllón Cabrejos.
En: revista Los Zorros Nº 3. Chimbote, octubre de 2000.
Personalmente conozco poco sobre tu trayectoria, y por eso debo empezar preguntándote cómo nace tu amor por la fotografía, ¿lo traes contigo desde Chimbote o lo vez nacer aquí en Lima?
La verdad uno siempre tiene el bichito dentro pero no reconoce que lo tiene hasta que la vida o, como ocurrió en mi caso, un curso universitario te lo muestra. Estudié Comunicación en la Universidad de Lima y en el quinto ciclo de mi carrera llevé Fotografía Básica. Allí descubrí que era eso lo que quería. Y lo meritorio es que se trató solo de un curso básico, en esa época no existían cursos de especialización en fotografía periodística. De todas maneras, conociendo la técnica, encontré mi herramienta de expresión. Luego terminé la universidad e hice cursos de fotografía publicitaria; pero me di cuenta de que la publicidad no era para mí, no me gustaba crear situaciones, sino descubrirlas, fotografiar lo que la vida me brinda.
No avancemos tan rápido, antes cuéntame sobre tu vida en Chimbote. Si bien es cierto que en el puerto no sospechabas que te dedicarías a la fotografía, quizá en tu niñez hubo algo que estimuló esta vocación.
En Chimbote mi vida era la de cualquier escolar, agregándole una carga de timidez y ser parte de una familia muy tradicional. Vivía en el centro de la ciudad, en Manuel Ruiz, una zona donde hasta cierto punto no se puede tener los amigos de barrio porque es como vivir en el mercado. Si hubo alguna cosa que me marcó y sirvió luego en mi trabajo fotográfico, debió haber sido la vida tranquila de provincia, porque años después fotografié mucho en provincias. Realicé un trabajo de rituales religiosos en localidades como Motupe, Ayabaca, Otuzco y el mismo Chimbote, lugares donde me sentía más cómoda que en Lima. Un hecho de mi niñez que influyó específicamente en este tema fue el que mi madre es muy religiosa, gracias a ella los espacios religiosos no me eran desconocidos. Además me eduqué en un colegio de monjas. Gracias a eso creo que puedo decir que me interesó buscar la esencia del hombre por el lado divino.
Llevándote a realizar una gran serie fotográfica de rituales que te brindó tempranos reconocimientos.
Creo que sí. Mi trabajo de rituales ha dado toda una vuelta. El año 92, en la Universidad de Lima, un grupo de fotógrafos hicimos un proyecto con Jorge Deustua, nuestro profesor de fotografía básica; con él decidimos viajar a Lambayeque para hacer fotos de la Cruz de Motupe y montar una exposición fotográfica colectiva. La exposición se realizó, pero yo quedé atrapada en el tema. Entonces empecé a buscar primero al peregrino, al hombre que tiene una vida difícil y encuentra apoyo espiritual en los rituales religiosos, hasta hallar posteriormente, en un claustro de monjas de aquí Barrios Altos –después de un trabajo de casi siete años–, cómo es que ellas necesitan ser solo seres humanos, ser simplemente mujeres. Con esto cerré todo un ciclo y concluí que lo mío no solo era la búsqueda del hombre por lo divino, sino también de lo divino por el hombre.
Y en el aspecto profesional, ¿qué es lo que te dejó esta etapa?
Creo que me convenzo que una buena fotografía es también lo que el fotógrafo es, el espejo de sí mismo.
¿Durante ese tiempo cómo se desarrolla tu profesión?
Terminé de estudiar Comunicación el año 89; pero antes, el 88, realicé un montaje audiovisual para un grupo de religiosas en Chimbote, este trabajo fue llevado a España y con él se solicitó ayuda para el Pueblo Joven “Manuel Arévalo”; me sirvió además como tema de tesis. Luego hice prácticas profesionales en la revista Sí, donde me encontré con fotógrafos cuajados, todos varones y con más de 30 años de edad. Allí aprendí una de las primeras cosas importantes de la fotografía periodística, que un buen artículo no salía sin una buena foto, que siempre se necesitaba una gran foto que narrara todo. Luego trabajé en la revista Cuánto, y en el año 93 en la edición de los libros El Perú emergente y Perú Tercer Milenio como editora gráfica. En el 94 ingresé al diario El Mundo, uno de los mejores experimentos de prensa peruana a nivel gráfico; los seis fotógrafos que integramos la plana de reporteros gráficos éramos profesionales, con un grado de compromiso muy alto. El Mundo rompió por completo la idea convencional de prensa publicando fotos a doble página, la mitad de su portada era una foto y el resto un gran titular. El concepto de imagen fue usada a la manera de la revista Life, por darte un ejemplo, con grandes formatos y mostrando personajes muy parecidos al propio lector. El Mundo no publicaba el hecho del día, sino más bien la foto del día.
¿Y de qué manera asimilaste esa propuesta gráfica?
Lo más importante es que fue mi primer trabajo de prensa diaria, hasta el momento había trabajado solo en prensa semanal y mensual. Aprendí a editar, a pensar rápidamente, a realizar todo el proceso en un día, enterarme del tema, acudir al lugar de los hechos, fotografiar, revelar, editar, diagramar, publicar y unas horas después ver el producto terminado. Una cosa muy rápida que ahora aplico cuando me toca turno de edición en El Comercio, donde trabajo como reportera gráfica y desempeño roles de edición. Editar es una tarea en la que uno tiene que moverse rápido dentro del triángulo que representa el diseño del diario, la fotografía y el texto; se conversa con cada sección sobre los requerimientos gráficos y se cuida que las fotos sean bien colocadas en las maquetas para que al día siguiente estén correctamente publicadas. Esto es beneficioso porque ayuda en la calle, te hace pensar que tienes que captar la imagen no solo en términos fotográficos sino también en términos de edición.
¿Has hecho fotos para todas las secciones del Diario?
En El Comercio hacemos de todo, desde política hasta espectáculos. Puedes estar un día en Palacio de Gobierno como puedes estar al día siguiente ante una pieza hermosísima de ballet, o en un pueblo joven viendo la precariedad de la gente. Por eso nunca voy a cansarme de decir que lo que el periodismo me ha dado es relacionarme con mi país, con su gente, con el ser humano. Si comienzo a comparar a la niña chimbotana que he sido, hija de una familia muy tradicional, sobreprotegida y viviendo en un mundo muy limitado, con todo lo que el periodismo me ha permitido mirar, lugares donde nunca imaginé estar o empapándome de experiencias como las que se viven en los pueblos jóvenes, descubro que he recibido mucho de una realidad que me ha hecho madurar.
¿La naturaleza de tu trabajo cambia cuando se trata de situaciones diferentes?
El fotógrafo siempre tiene un lenguaje propio y que lo diferencia de otro así ambos trabajen el mismo tema.
¿Y cuál es el lenguaje, el espíritu de tu fotografía?
Para mi trabajo busco siempre la luz natural, trato de rescatar la escena tal como la vi, con sus claroscuros, evitando pintar la escena con la luz del flash. Otra característica es que no poso las escenas, trato de respetar lo que ocurre, mantenerme el tiempo que pueda en el lugar de los acontecimientos, esperar que la vida fluya, encontrar la imagen que me diga lo que está ocurriendo. Por eso creo que consigo las mejores imágenes en la vida cotidiana, en los hechos simples de la vida. Me interesa más el ser humano que las formas. Y trato de que mis fotos sean cuadros completos, compongo la fotografía como me gustaría que salga publicada, sin necesidad de cortarla o reducirla luego.
¿Y crees que esas características responden a tu manera de ser?
Creo que sí. El hecho de que mis fotos sean a cuadro completo quizá se deba a que soy perfeccionista y exigente conmigo misma. Me interesa mucho mirar, si viajo en un colectivo miro mucho el rostro de las personas, la luz que cae sobre ellas. Y eso me ocurría desde niña, quizá no era muy comunicativa pero observaba mucho. Me gusta mirar no solo imágenes sino actitudes. En este momento, mientras te observo, trato de descubrir la persona que hay detrás de ti. Creo que funciono dentro de la fotografía periodística por ser intuitiva, percibo rápidamente lo que hay alrededor de mí.
Pero no solo haces fotografía periodística, creo que también haces otras actividades dentro de la fotografía.
Sí, tengo otro trabajo que inicié a fines del 99 y terminé en abril del 2000 cuya temática es la maternidad infantil. Fue un proyecto del diario El Comercio, me interné tres días en la Maternidad de Lima, hice imágenes, pero me quedé muy impresionada; impresionada con estas niñas que tienen que ser madres quebrantando una etapa de su vida para convertirse en adultas de golpe. Luego obtuve una especie de beca de la Word Press Foto donde tenía que trabajar un tema durante un año, y elegí seguir con maternidad infantil.
¿Qué buscas expresar con ese tema?
En principio, mostrar una problemática social con un contenido muy fuerte. A diferencia de mi trabajo de rituales, este es mucho más periodístico, pero si hay algo que los une es el ser humano en su fragilidad, en su terrible necesidad espiritual. Hacer este trabajo fue muy duro. Ver el proceso de parto de una niña no es nada parecido al de una mujer adulta. Ellas son obligadas a ingresar a sala de parto totalmente solas, a veces con el trauma de haber quedado embarazadas por una violación y luego ser sometidas a un proceso de alumbramiento sin estar preparadas para el dolor intenso que sentirán.... y a una edad de doce o trece años, con un cuerpo que no está preparado para esa experiencia... algo que sin duda va a devenir en traumático. Es un pánico, un miedo espantoso a lo que le está ocurriendo a sus cuerpos y no tener nadie a su lado...
...y tú intentando hacer fotos pese a lo difícil que debió haber sido verlas sufrir.
Exacto. No tienes idea de lo que significa. La situación fue demasiado fuerte. Lo que la cámara fotográfica comúnmente te permite es crear una barrera entre ti y lo que está ocurriendo. Si me encuentro en medio de las bombas lacrimógenas con mi cámara justifico tu presencia en medio del caos; sin embargo, en la maternidad no pude crear esa barrera, terminé siendo parte de los acontecimientos, dándole la mano a la niña y ayudándola en su trabajo de parto.
Volviendo a Chimbote, ¿guardas alguna expectativa sobre tu tierra en relación a tu trabajo?
Mi familia y Chimbote siguen teniendo un peso importantísimo en mi vida. Cuando pienso en Chimbote en términos de fotografía, tengo en cuenta dos cosas: primero, que en Chimbote hace falta una gran exposición fotográfica sobre su propia historia; y aquí es cuando pienso en lo segundo, que esa exposición podría nacer del valioso archivo fotográfico que posee Víctor Chávez; un archivo que pude conocer y que relata buena parte de la historia chimbotana del siglo XX, desde un Chimbote en su época de caleta hasta uno más moderno, pasando por esas importantísimas etapas que son el boom de la pesca y el terremoto del setenta.
Has confesado que la fotografía periodística te brinda la posibilidad única de tener contacto real con nuestro país y su gente. ¿Qué te ha dejado la fotografía en su esencia, hablando íntimamente?
Me ha dado una gran seguridad.
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