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miércoles, 20 de junio de 2012

La hora del cuento: Camotes Fritos


- Lloro por todo. He llorado mirando la Sirenita, el Rey León y Pocahontas. – Camila escondió su carita con su bolso, creo que se sonrojó.

- Yo lloro cuando estoy enamorado, no sé bien por qué. Pero lloro. Busco refugio en el mueble o debajo de la cama y sólo lloro. – René no escondía su cara, pero le fijaba sus ojos en los de Camila, y se notaba que era muy adrede, pues buscaba como sea sus ojos y tenerlos allí

- Caminar por aquí es hermoso. ¿No lo crees? Es una pena que la noche no pueda ser azul, que no llueva, que pateamos más latas que cartones, que no huela mucho a comida, que haga tanto frío. ¿Por qué no me recoges en tus brazos y me abrazas? – Camila, luego de dicho esto, se hace un lado, baja la cabeza, se rasca el cabello. Una sonrisa menuda dice – Tengo Caspa, mucha caspa.

René, la tomó de los dedos con su mano, se adormeció, se estrujo, estiró su cuello y cultivó sus ojos en el retrato de una estrella. De repente lo cursi, lo romántico se extendió entre los zagales, que tuvieron hoy el espacio a solas, entre citas con el azar se llevaban de la mano, subían las escaleras de un sosegado parque, tenían ella un cofrecito que lo presionaba dentro de los bolsillo de su chaqueta, esperando así aliviar sus nervios .

La timidez de René es de todos los días, aun así, siempre anda buscando como cortejar a alguien, puede que no lo haga bien, pero dentro de lo buen tipo es un mal conquistador, no sabe mucho de mujeres, intenta mostrar seguridad mientras las piernas y los cuadernos en la mano le tiemblan. No sé por qué cuando está con una mujer salta, y lo vuelve hacer, se bambolea, se coge las rodillas, le pica todo, habla en diferido e instantáneamente guarda un sospechoso silencio, saliendo con otro tema que más que raro, queda como un tonto. 

Camila habla mucho de la noche, es inquieta, meliflua cuando habla y te dice: “allí hay un gato, vamos a verlo”. Suele ser ocurrente y si te da un regalo no esperes más que comida, algunas veces es ella la que prepara y en otras ocasiones la compra y sí está muy deliciosa dice que lo preparó con ternura. 

Las manos de Camila se sorteaban entre el aire helado de la noche y la mano tibia de René. Se rascó la nariz, le miró las pestañas y él sólo observaba hacia el frente como un soldado en paso marcial, intenta asimilarlo, por fin le sucedió, por fin una chica para él, y tartamudeando le dijo al oído: 

- Estás bonita, Sirenita. - Esto último lo dice con una larga musicalidad que se asemeja al bostezo de un cachorro. 
- ¿Quieres que llore? – Lo dice Camila decidida, llana. Sin dejar en sus pupilas ese trazo nostálgico que le caracteriza. 
- No quiero que llores…. ¿y por qué llorarías? 
- Estoy feliz, pero también me siento muy triste. 
- Te ha pasado algo, dije cosas feas. – Le dijo con la amabilidad entre las manos rosando sus blancas mejillas. 
- Qué rico……quiero camotes fritos – Gritó Camila, emocionada. 
- ¿Qué me has dicho? 

La caminata fue extraña, ver a dos muchachos envueltos en el paisaje colorido de la ilusión manceba, dos bisoños en el amor, señalando cada tejado que ven, cada gato en el techo, cada árbol grande. Después de muchas postergaciones se logró la primera cita, a escondidas de sus amigos del colegio, del barrio. Pero Camila entre sus saltitos, sus puntapiés, su largo vestido celeste de primavera y anteojos de yo sé mucho de matemáticas, abría las persianas de su corazón para que le ceda paso a nuevas sensaciones. 

- Me encanta la noche de hoy, no es de un sólo color y es muy femenina. – Camila acarició la mano de René con paciencia y observaba los alrededores. 

René estaba contento, dejando traducir en cada leve gesto una sonrisa que no sólo mostraba sus dientes sino el rubor de sus años, lo frágil de la felicidad 

- Siempre me has gustado. – Dice René 
- Me gustas, René. – Respira Camila sus palabras. 
- ¿Entonces… nos gustamos? - Pregunta Camila. 
- Sí y mucho. Te gustaría… – Camila le interrumpe. 
- Quiero camotes fritos. – Repite otra vez, con los ojos con charquitos de agua – Quiero camotes fritos no entiendes René. – Camila llora con tranquilidad, se aleja cuando René abre sus brazos para darle una parcela de afecto. - Quiero camotes fritos, René. 
- Puedo ir a mi casa y prepararlos. Claro vamos en moto taxi. Tranquila, pero no llores, por favor Camila. 

Los brazos de Camila se acercaron al cuello del muchacho, apoyó su cabeza en él. Repentinamente cuando René le iba decir algo. Ella lo calla poniéndole dos dedos en su boca y sobre ellos lo besa con prisa y rabia. La prisa de sus labios se detiene y empieza a moverlos lentamente, quita sus dedos y le da un medio beso y se va corriendo cabizbaja. Detiene un vehículo, se sube en el asiento trasero de inmediato y no dice nada al ingresar, tan sólo llora y llora; y continúa llorando. René no entiende mucho, se queda quieto, paralizado por el beso. Tocando el aire, no sabe cómo reaccionar, se acomoda en el asiento de uno de los parques y empieza a llorar. 

- Quiero camotes fritos Camila – Dice Ara, pálida, triste y también feliz. 
- ¿Quieres camotes fritos, Ara? – Camila, le sonríe. 
- Con lo que nos gusta los camotes fritos a las dos y me preguntas. 

Se ríen juntas, se divierten en la habitación con los cuadernos, los peluches de animales que de golpe en golpe han ido perdiendo su forma, almohadas revoloteándose, sábanas con oficio de vuelo, y toda la fragilidad que al humano lo hace feliz. 

- Sabes Camila hay algo que me gusta mucho, mucho más que los camotes fritos. 
- ¿Qué hermanita? – Pregunta Camila 
- René, el chico que vive en la manzana W, me gusta muchísimo. 
- Prefiero los camotes fritos. 
- Es una pena que me vaya a morir – Dice Ara dulcemente. 
- ¡No vuelvas a decir eso! 
- Es la verdad tengo leucemia, es sólo tiempo, Cami. 
- Ara, te quiero y pronto vas a estar bien y llenándole de besos a ese feo de René. 
- A mí me parece guapo. – Lo dice convencida Ara. 

Camila llega a su habitación, coge fuertemente la fotografía de su hermana Ara, llora y sus lágrimas se persiguen una a otra en su cara. Se echa en su cama, patalea la colcha, la sabana, muerde impulsivamente su almohada. 

- A mí también Ara me gusta René, me gusta más que los camotes fritos. 

Edward Rodríguez Ríos

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