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domingo, 3 de enero de 2010

EL AMOR ES PARA LOS VALIENTES

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Acabo de despertar. Sí, lo acepto. Un nuevo día está mirándome, me coquetea tratando de seducirme con los abrazos del sol que ingresan a mi cuarto por la ventana. La verdad yo no quiero saber nada de lo que hay más allá de mi puerta. Los últimos días me la he pasado haciéndome el cojudo en estas cuatro paredes: jugando solitario con los naipes, escuchando música cristiana, leyendo la Biblia, tratando de terminar un cuento al que hace meses no le puedo desenredar la trama, escribiendo poemas inspirados en la mujer que destrozó mi corazón al decirme sin titubeos y con la frialdad de un témpano de hielo que ya no me quería. No sé en qué momento mi vida se fue a la mierda por completo. Todo pasó tan rápido, que algunos días pienso que toda esta huevada no es más que una pesadilla. La peor de mis pesadillas. Otras veces, en cambio, cuando mi alicaído ego se levanta como un fénix y empiezo a dármelas de filósofo, asumo que esta humareda de desencantos y frustraciones no se produjo de la noche a la mañana sino que se fue formando poco a poco a través de los años. La mierda me iba cayendo a trozitos, pero no me di cuenta hasta que la tuve toda sobre mi cabeza, a mi alrededor, en mi cuarto, en mi vida entera.



Me pregunto si en este superpoblado planeta habrá alguien que se parezca a mí o lo que es menos probable si yo me pareceré a alguien. Será posible que exista otro cojudo de treinta años incapaz (lo dije, sí lo dije por fin: INCAPAZ) de costearse la vida por sí mismo. Aprovechando este momento de sinceridad debo confesar que aún dependo de mis padres, quienes por caridad - aunque mi madre diga que es por amor - permiten que siga sentándome con ellos en la misma mesa para desayunar, almorzar y cenar sin aportar un sólo centavo. No sé porque pero luego de esta sensata confesión tengo menos ganas de salir de mi habitación.

¿Qué hora es? Las seis treinta en el celular. 6:31 en el reloj de la computadora. El reloj de pared ni lo miro porque ese hace mucho que no anda y está colgado en mi cuarto de puro adorno. Lo conservo porque fue un regalo que me dio Sofía, mi ex-novia, el día de mi cumpleaños. Aunque moría de la curiosidad, nunca me animé a preguntarle - por eso que todo mundo dice: "a caballo regalado no se le mira el diente" - si tuvo algún motivo en especial para obsequiarme un reloj de pared. Lo único que me dijo fue: "No lo cuelgues en otro lugar que no sea tu cuarto". Y eso hice. Ese mismo día el reloj se lucía en el centro de la pared más grande de mi habitación... La madrugada siguiente estuve a punto de tirar el aparato a la basura. ¿A quién carajos se le pudo haber ocurrido programar la alarma despertadora del reloj a las 5:00 a.m.?. ¿A Sofía? Imposible sospechar de ella. Mi Sofi me conocía tanto y tan bien que sabía que yo detestaba madrugar. Tampoco es que haya sido un dormilón despreocupado. Las 8:30 a.m. siempre me pareció una hora prudente para abandonar la cama. Además, como no tenía la prisa de otros por llegar a tiempo al trabajo, para qué despertar tan temprano. No trato de decir con esto que jamás ejercí oficio alguno; pues en mi Curriculum Vitae puede leerse una no muy larga lista de empleos que desempeñé sin mucho éxito. Siempre me faltó, como diría el viejo, "consolidarme"; pero cómo podía lograr la bendita consolidación si ningún trabajo me satisfacía, lo único que producía en mí una sensación de felicidad plena era escribir; claro, escribiendo tampoco logré mucho; apenas un par de menciones honrosas en concursos literarios de mediana embergadura. Para mí, esos méritos bastaban, mi ego volaba hacia el infinito de la vanidad. Durante varios meses andube con el pecho inflado de orgullo alardeando mi "éxito" por todos lados, creyéndome la promesa más prometedora de las letras en la ciudad. Tenía apenas veinticinco años, la gran mayoría de escritores - salvo aquellos considerados prodigios - reciben el reconocimiento público a partir de los treinta, así que había tiempo de sobra para subir al podio, para ser el lauredado escritor que tanto soñaba.

Como nunca estuvo en mi lista de anhelos amazar fortuna ni ostentar grandezas materiales, al menos no durante los años que destiné a darle vida a esa gran "obra" que finalmente iba a catapultarme en la élite de autores consagrados, le di poca importancia a consevar los empleos que con mucho esfuerzo conseguía; porque eso sí, nadie podrá decir que alguna vez me puse de rodillas para obtener un puesto de trabajo, cosa que varios amigos míos hacían. Aunque la "sobonería" me parece una práctica detestable que degrada el género humano y lo único que consigue, por encima de cualquier beneficio laboral, es confirmar que el hombre vive en una constante humillación; entendía la actitud de algunos compañeros - sólo de algunos - de aquellos que voluntaria o involuntariamente se habían hecho de una familia. Ser el sustento económico de un hogar no es cualquier cojudez, lógicamente no hablo por experiencia propia, pues yo ni siquiera puedo jactarme de mi manutención, lo digo porque hace años veo al viejo, mi padre, romperse el lomo, dobleteando turnos de trabajo con el noble fin de alimentar, vestir y educar a sus cinco hijos.

El viejo es un tipo ejemplar, un trabajador esmerado, que a pesar de sus cincuenta y pico de años y su columna atrofiada, es capaz de soportar, algunos días, dieciseís horas sentado, operando una máquina de hacer tubos, a la que mi familia, según él, le debe estar eternamente agradecida, pues gracias a ella es que gozamos de una aceptable tranquilidad económica. Sé, que cuando deseché su propuesta para seguir un curso de operario y convertirme en el sucesor tubero de la familia, una profunda desilución lo abordó por meses. Aún ahora, el viejo mantiene viva la esperanza, de que alguno de sus hijos se gane la vida calentándose el culo detrás de esa incansable máquina de hacer tubos.

Yo no creo que mi padre sea feliz fabricando cientos de tubos al día. Nadie puede ser feliz entregándole una cuarta parte de su vida a una actividad que no le brinda ninguna satisfacción espiritual. El viejo siempre quizo ser abogado, se lo he oído decir infinidad de veces; de habérselo propuesto lo más probable es que hoy sería un reconocido hombre de leyes, basta escucharlo debatir sobre normas legales, decretos y alegatos jurídicos para darse cuenta que tiene madera para el oficio. Sin embargo, muy joven ingresó a trabajar en la siderúrgica ACERINA, donde conoció a su incondicional máquina tubera, luego en el cumpleaños de un compañero de labores le presentaron a mi madre; esa misma noche se enamoró de ella y pocos meses después tomó la valiente decisión de enrolarse al pelotón de hombres casados. Desde entonces el sueño de convertirse en abogado se fue diluyendo con el tiempo, hasta terminar sepultado bajo una tonelada de tubos de acero.

El sólo imaginar que mi sueño de alcanzar la gloria como escritor podría terminar atrapado en un insoportable peregrinaje de horas laborales, me aterraba. Jamás me cruzó por la cabeza ser como el viejo. Pasarme la vida, al igual que él, realizando labores que sólo me ofrecían la insignificancia del dinero, arrastraba mi alma hasta los límites más extremos de la depresión; el único modo que encontraba de curarme era renunciando al trabajo y volviendo otra vez a mi obra; aquella que llevaba rehaciendo una y otra vez. Lo más difícil de quedarme sin empleo no era suponer que una etapa de padecimientos económicos se avecinaba - ser un tipo sencillo que no se sumerge en la frivolidad de las ostentisidades ni gusta de la fiestas ni convites, permitían que sobreviviera por meses con un poco de dinero - difícil era llegar a casa con el rostro pintado de alegría y decirle a mis padres: "Renuncié al trabajo; ya no resistía un día más encerrado en esa oficina de mierda, además ver a diario el rostro machacado del jefe me enfermaba. Me cago por escribir, sino escribo soy un desdichado, un prisionero, un pobre infeliz; la farsa terminó, necesito sentirme libre y ahora que renuncié soy libre de nuevo! !Viva el desempleo carajo!". No. Yo no podía hacerle eso a los viejos. Sabiendo que ellos tenían la ilusión de que su primogénito se afianzara en un trabajo que le asegurase un sueldo decente, un par de buenas gratificaciones anuales y una pensión decorosa para su vejez; decirles la verdad hubiese sido como dispararles un tiro en la nuca, así que optaba por mentir. Cada vez que el viejo me interrogaba por el motivo de mi salida del trabajo, le respondía lo mismo: "Otra vez me cayó encima la bendita reducción de personal. Ya nadie tiene segura la chamba en este país. Ahora me tocó a mí, mañana puedes ser tú papá". El viejo no se quedaba callado y salía al frente diciendo :"No seas huevón hijo, si quieres durar en un trabajo tienes que amarrarte con alguien. En el Perú quien no es chupamedias no sale adelante. Piensa en tu futuro, ya no eres un mocoso." Para evitar que mi padre diera rienda suelta a su verborrea moral y me llenase de consejos y rememoranzas de su experiencia en ACERINA - como ya lo había hecho antes - no tenía otro camino que agachar la cabeza en señal de derrota y decirle: "Tiene razón papá, soy un cojudazo. Deme una semanita y le prometo que consigo chamba de nuevo". Y mi padre se calmaba. Obviamente que eso no ocurría. Los meses se deshojaban en el almanaque sin que yo moviera un dedo en busca de empleo, lo que hacía era mantener el pacto con mi obra, calentándome el culo - como la hacía el viejo en su máquina tubera - sentado, religiosamente todas las mañanas, frente a mi anticuada computadora; con la diferencia de que yo sí era feliz escribiendo.

Conforme pasaba el tiempo, los contrataques del viejo se volvían irrefrenables. Para él yo era un vago, despreocupado, irresponsable, dormilón, haragán, que se pasaba la vida sentado frente a la computadora escribiendo cojudez y media y encima tenía la "concha" de irse a ejercitar al gimnasio y a fulbitear con sus amigos cada vez que lo invitaban. Honestamente, papá tenía razones de sobra para lanzarse sobre mí y sacudirme del pellejo por la vida cómoda que llevaba. "Rodrigo ven aquí, quiero hablar contigo", me decía enérgico. Luego se iniciaba el sermón : "¿Cuánto tiempo más piensas estar sin trabajar? Te la pasas cojudeando en tu cuarto. Ya vas a cumplir veintiseís años y no haces nada provechoso por tu vida . A tu edad yo ya estaba en ACERINA, tenía una familia, un proyecto de vida consolidado. ¿Pero tù? Ni siquiera piensas en regresar a la universidad para terminar tu carrera. Me preocupas hijo. No quiero que termines como un vago bueno para nada. !Ponte las pilas carajo! ... Mi respuesta era el silencio. Un silencio que dejaba abierta su puerta para que la voz de mi alma se encendíese y retumbara como un volcán: "No hagas caso Rodrigo. !Escribe!. !Escribe!. !Tu sólo escribe!."

Quien se encargaba de ponerle paños fríos a las arremetidas del viejo era Mamá. Mi ángel. Mi fan número uno. La única mujer, que aún sabiéndome un pusilánime, no me abondò. Todas las demás, incluso Sofi - a quien amé, complací, cuidé, mimé y respeté como no lo hice con otra - se marcharon, abortaron el sueño a mitad de camino, traicinaron la promesa de estar conmigo en los momentos difíciles de esta carrera que ha llegado a su fin antes de alcanzar la meta. Pienso, a veces, que quizás la mierda que iba cayendo sobre mí, las espantó. Entonces las entiendo. Entonces asumo, que aunque los nombres hubiesen sido otros, el resultado no sería distinto.

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3 comentarios:

  1. Esta es una buena cristalización de un conjunto de realidades absurdas pero realidades al fin y al cabo, tan evidente no sólo en Chimbote sino en más de medio mundo: el dejar de hacer lo que queremos hacer por no ser valientes. El amor es para los valientes porque son valientes los que se atreven a lanzarse a la realización de sus sueños, pues en ellos se encuentra la libertad de elegir, la verdadera libertad.........pero me parece que Rodrigo sólo tiene un tipo de materia prima, pues así como los carpinteros utilizan madera, también utilizan otros medios. ¿Cuál es la materia prima de un escritor? Imaginación y experiencia...Tal vez Rodrigo deba buscar más experiencias y no pasársela dentro de unas cuatro paredes para escribir que es lo que sucede dentro de las cuatro paredes...debe hacer más...trabajar no es tan mala idea...puedo trabajar hasta de prostituto, algo repugnante para mí, pero en esa trama de mi nuevo oficio habrá algo fabuloso que contar que enseñe y entretenga a las mentes...
    Muy bueno tira chungas...

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  2. Como dijo el filosofo Calamaro:

    Espero no haber hecho mal a nadie,
    necesitaba ser libre.
    Perdn, estaba besando el suelo
    sacndole el papel a un caramelo.
    Echando de menos a tu pelo
    que no es lo que ms me gusta de vos.
    Eso me asusta de ser libre como un taxi libre
    buscando el hueso que uno nunca va a encontrar.
    Eso que uno nunca va a encontrar.

    Cul es la verdadera libertad?
    Es eso que conoce el preso
    o es una forma de practicar la verdad salvaje.
    De ponerse el nico traje porque no hay ninguna fiesta
    De organizar una protesta violenta
    contra la vida lenta.
    Es lo que me gusta de ser libre
    como un pjaro libre,
    buscando el hueso que uno nunca va a encontrar.

    Eso que uno nunca va a encontrar
    El hueso que uno nunca va a encontrar.

    Solo puedo decirte: A luchar!
    Suerte.

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  3. Conmovedor el relato =). Quizás ese Rodrigo, como anotaba J.A, sólo tenía una materia prima; talón de Aquiles de la mayoría de seudo/escritores.

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