Un texto de:
Dan Ruiz Castillo
Los concursos de nado y caza submarina atraían a miles de turistas de muchas partes del mundo. ¿Por qué antes los chimbotanos teníamos más motivos para divertirnos?
Antonio Leytón Palomino, conocido como Pichuzo |
Las braceadas de Pichuzo podían compararse con los molinos de viento. Mientras avanzaba, sus brazos cortaban el mar una y otra vez. Su velocidad se parecía a la de un pez escapando de su predador. Si para el Perú existió un José Olaya Balandra, los chimbotanos orgullos podemos decir que tuvimos nuestro Pichuso.
Andrés Torres Parodi —quien aparte de tener una memoria fotográfica es un buen observador del mundo— era un adolescente cuando lo vio nadar por primera vez. Lo conoció en uno de esos concursos de nado que se hacían en las fiestas de San Pedrito, cuando nuestro mar tenía el color y el brillo de una perla. Por entonces la palabra ‘contaminación’ aún no cobraba sentido.
“Pichuso era estibador, pero le gustaba nadar. Durante el tiempo de los concursos, todos le temían, porque conocían de su habilidad”, recuerda Andrés. En esos concursos que duraban una semana, venía gente de diferentes partes del país y del extranjero. Era una verdadera fiesta en la que los competidores se divertían así hubiesen perdido. Después de cada contienda, todos terminaban en lo mismo: el ganador celebraba la victoria con cervezas; el perdedor se consolaba también con cervezas.
La competencia partía desde la Isla Blanca (exactamente en la playa Las Conchuelas) y terminaba en la playa La Caleta. Era un reto de intrepidez, resistencia y habilidad. Los nadadores, según Andrés, se demoraban aproximadamente 40 minutos para llegar desde un punto hasta el otro. En todo ese trayecto no iban solos: un juez los seguía en un bote y desde muy cerca, para calificarlos. El concurso no tenía reglas, tenía exigencias.
“Si el juez les decía 100 metros al estilo perrito, el competidor debía obedecer. Si no obedecía lo descalificaban”, cuenta Andrés. Él lo sabe bien porque cada juez llevaba a un acompañante en el bote para que ayude a remar, y él ayudó muchas veces. En alguna oportunidad le tocó acompañar a un juez que calificó a Pichuso. Allí conoció de cerca la habilidad, la fuerza y la rebeldía contra el mar que poseía el mejor nadador chimbotano.
Andrés recuerda a varios competidores a punto de zambullirse. Todos tenían puesta una trusa negra y un jebe que les cubría la cabeza. Pero de los competidores, el que destacaba era Pichuso, y no solo porque llevaba en la cabeza la mitad de una pelota de fútbol. Cosa que a Andrés le causaba mucha risa, sino porque a pesar de su estatura (1.66 metros), en sus ojos se percibía las ganas de triunfar.
Ese Leytón era un tipo atlético. Era de esos jóvenes que sabían divertirse. De los que decían: “¿¡Qué, solo una!? Trae dos cajas de cerveza hombre”. Este nadador, en su época, se ganó el respeto y la admiración de chimbotanos y extranjeros. Andrés cuenta que los foráneos le decían: “Mira aquí estás”, y le mostraban una revista internacional con su foto. Pichuso no se emocionaba.
Pero, ¿qué significa el apelativo Pichuzo? Algunos dicen que hace alusión a un monstruo. Otros, como Andrés, por ejemplo, dicen que significa el único, el mejor, el incomparable. El nadador siempre trato de demostrarlo.
La competencia de nado era uno de los atractivos más llamativos en las fiestas de San Pedrito. Todos los pobladores de Chimbote salían de sus casas para apreciar el acontecimiento, incluso hacían apuestas. Cuando ya había un ganador, recién los pobladores se calmaban y podían regresar a sus moradas satisfechos de lo observado. Si competía Pichuso, cualquiera, sin ser vidente, podía presagiar el final.
En estas competencias participaban las agencias marítimas y navieras, el Sindicato de Pescadores, la Capitanía de Puerto y otras instituciones más. La mayoría ya contaba con una buena experiencia en la natación porque su trabajo estaba relacionado con el mar y con la pesca. Aunque algunos poseían más talento que otros. Por ejemplo, eran pocos los que antes de entrar al mar, lo miraban con paciencia, con tranquilidad y a la vez con desconfianza. Después de un rato, se animaban a zamparse. Pero eso no era todo: si a un competidor, mientras nadaba, se le cruzaba algún pez, no podía perder la oportunidad de atraparlo. Ya en la meta, si llegaba con su botín recibía los aplausos de un público emocionado que seguía los detalles de la competencia.
“Solo los que tenían talento —dice Andrés— participaban. Ellos sentían el aire, aprovechaban el vaivén de las olas y sabían cuando la marea estaba alta o baja”.
Cualquier persona con esas particularidades, además de una buena resistencia física, podía participar en la competencia de natación. A Pichuso esas características le sobraban. Quien fue su mejor amigo, José Beltrán Mendoza, lo confirma: “A él le encantaba el nado. En ese tiempo era un joven que practicaba constantemente ese deporte, incluso, se fue hasta el Callao a representarnos. Él fue un nadador de primera categoría”.
José tiene ahora 97 años y dice que si Pichuso estuviera vivo (murió hace 10 años aproximadamente), tendría 92. “Nosotros nacimos a 50 metros de la orilla del mar. Somos verdaderos chimboteros”, grita José. Ambos eran muy buenos amigos, compartían todo y se divertían hasta el hartazgo. Pero ahora, al hablar con José, uno tiene que levantar la voz para que él pueda oír.
El amigo de Pichuso recuerda con nostalgia, como toda persona que pasa los 50 años, al Chimbote de antes, cuando la competencia se veía en el mar y cuando el perdedor también disfrutaba de la gloria del vencedor.
“El mar de Chimbote era hermoso, de un color verde esmeralda. No había ninguna piedra. Fue el mejor de la costa del Perú.”, rememora José. Él cuenta que los ganadores de este concurso recibían sus premios en el gran Hotel Chimú, un hotel que en aquellos tiempos gozaba de un prestigio que la juventud de ahora no podría imaginar. Allí los ganadores eran agasajados. Pobladores de Samanco, San Jacinto, Coishco, Santa, Los Chimus, Salaverry, Trujillo y un inconmensurable etcétera trataban de conseguir aquel premio. Felizmente, casi siempre, la copa se quedaba en casa.
“CHAPEN AL PULPO” (el concurso de caza submarina)
“Allá, allá hacían eso”.El hombre tiene 80 años y puede estar de pie gracias a un bastón de madera y a la fuerza que aún le queda de su pasada juventud. Fue pescador y ahora está parado en el malecón esperando quien sabe qué. Cuando dice ‘allá’, señala hacia la Isla Blanca. Al lado de ella (de la isla) hay una poza llamada Bocana Grande. Fue exactamente allí donde se practicaba la caza submarina. Aquel octogenario confirma que esa actividad no es un mito. Él la observó de cerca.
La caza submarina era, ante todo, un concurso de resistencia. Los competidores debían sumergirse y atrapar al espécimen más raro, al más grande y si era posible, capturarlo en pocos minutos. Cerca de aquellos hombres siempre había un juez, quien observaba al concursante sin perderse los detalles de su actuación.
En aquellos tiempos (1950), el agua que se acumulaba en la poza de la Bocana Grande era tan limpia que uno podía percibir su reflejo en ella. Ver chitas de medio metro, cangrejos enormes y pulpos que pesaban más de tres kilos era normal. Aquel anciano que dice ‘allá’ y mira hacia la Isla Blanca con nostalgia cuenta que la caza submarina era todo un espectáculo. La gente se amontonaba desde la playa La Caleta hasta el muelle artesanal. Por toda una semana, el hombre se enfrentaba a muerte con tal de capturar un buen ejemplar de las especies marítimas.
Para el concurso de caza submarina había dos niveles: buceo de caña y buceo de tubo. El primero era más rústico. El competidor se sumergía, solo medio metro, sin ningún tipo de equipo. Para esta forma de buceo se debía tener mucha resistencia, cualquiera no lo podía hacer. “Cuando el hombre está bajo el agua, los animales se desesperan porque están invadiendo su hábitat. El hombre debe entrar con calma, mirar bien, apuntar y ¡zas!, lanzar el arpón”, narra Andrés mientras hace los gestos de un hombre en pleno buceo. El arpón al que se refiere es como un anzuelo (tiene ese ganchito que cuando se introduce en el animal, éste ya no puede escapar), pero no tiene esa curva en ‘U’, sino es lineal. Ese mismo arpón, que tiene una pita amarrada para controlar al animal, se lanza desde algo parecido a un arco, el cual lo impulsa y le da fuerza. Los mejores hombres podían resistir bajo el agua tres o cuatro minutos.
El segundo tipo de buceo era más especializado. Las personas traían todo su equipo y buceaban por horas. “Esa era una pesca exquisita, porque podían cazar animales grandes”, cuenta Andrés. Para esta competencia también venía gente de Lima (Chorrillos, La Punta) y Callao.
Pero los jueces no solo daban mayor puntaje a los que cazaban a la especie más grande, también le daban importancia al método de pesca y al animal más extraño. Era todo un reto marítimo. Unos se divertían compitiendo, otros observando. Al final, la celebración, era para todos.
“Pero todo se jodió. Disculpa que hable así, pero se jodió”, enfatiza Andrés Torres Parodi. Y tiene razón. La naturaleza nos jugó una mala pasada. Eran las 3 y 23 de la tarde de un 31 de mayo de 1970 y Chimbote tembló como nunca antes en su historia. El saldo fue una ciudad destruida, 2800 muertos y centenas de desaparecidos. Luego vino la reconstrucción y el emprendimiento. Pero la pesca indiscriminada y la contaminación hicieron que la hermosa caleta de antaño, solo sea un bonito recuerdo, una bella fotografía o una espectacular historia.
En Agosto de 1963 , El Negro Pichuzo ,(Guillermo Lavado Vasquez) cogió al niño que estaba caminando y con una construcción que había en la Urb. Apolo y luego saco una chaveta y le quito la cabeza de un solo tajo. Sin sentimientos lo hizo , ya estaría con los efectos de la droga.
ResponderBorrarPero este Pichuzo no tienen ninguna relación con el otro. Del que escribimos era nadador.
Borrartengo entendido,que pichuzo en quechua es petizo
ResponderBorrarAntonio Leytón Palomino es mi abuelo, siempre fue un hombre de bien. De joven le gustó la natación, hasta adulto. No guarda relación con el delincuente que acaban de mencionar líneas arriba.
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